Érase una vez un reino dónde un
valeroso ejército velaba por la paz de sus tierras y habitantes. Gobernado por
Teodorico III y comandado por el valeroso Ramón Ramírez de Balboa. Un tipo
serio, de estatura media, moreno canoso y barba de tres días. Tenía unos ojos
grises y una mirada penetrante que lo hacía intimidar con solo su presencia,
aunque de buen corazón. Su ejército lo veneraba más que a su propio Rey.
Aunque
de semblante serio era amigable con sus tropas. Comía y bebía con ellas, se
divertía y conocía muy bien a sus hombre, un tipo muy respetado y querido. Se
podía decir que lo tenía todo, aunque no era así, le faltaba una parte de su
corazón, una pieza de su enredado puzle de vida, que era su amor. Un amor que
no es que no lo tuviera. Era una bella doncella de alta cuna, bellísima entre
todas. Tenía un pelo lacio moreno y brillante de estatura media-alta. Su piel
tersa de color canela, de labios carnosos. Pero lo que más le atraía eran sus
ojos tan claros como los suyos, de color azul cian que lo envolvían en un rito
de sosiego en cada mirada. Era tan bella, que no podía estar un día sin poder
mirarla. Aunque esto planteaba un gran problema y era que ella era hija de
noble más influyente y adinerado del reino, y no iba a permitir ni tan siquiera
un intento de acercamiento.
Ellos
se veían a escondidas bajo la luz celestial de la luna, reposando en bellos
amaneceres bañados por las dulces miradas de las estrellas. Aunque desgraciadamente, un día de su
rutinaria despedida un mozo de cuadra del marqués los vio y fue corriendo a ver a su señor esperando una
recompensa, desveló a los dulces amantes arrojándolos a un destino ruin.
Pasaron
unas semanas después de su última despedida, y al volver de refregar una
revuelta en el norte del reino, contactó con la moza que cuidaba de Eleonor
desvelándole el terrible suceso. El
padre de Eleonor la había encerrado en su fortaleza como castigo y la había
concertado en matrimonio en con el hijo del conde de Serrana. Ella no saldría
hasta haber completado la boda, la cual a partir de ese momento pertenecería a
su nuevo señor. Ramón entristecido no
sabía qué hacer y desesperado fue a ver a su Rey que con tono tajante y
semblante duro le prohibió así como negó que se pudiese cancelar la boda.
Pasase
días y semanas con la celebración cercana y sin saber qué hacer, desesperado,
vagando con la mirada y mente perdida, de un lado a otro. Un día en la plaza desde donde se veía
inmensa la fortaleza del Marqués, se le ocurrió lo único que podía hacer un
caballero valeroso y honorable. “Reto-le” al Marqués de Conrado por la mano de
su hija; el cual y estando en juego su honor y valía no pudo rechazar.
A la puesta de luna de dos días antes estaban uno enfrente del otro, espada en
mano, y escudo al otro, y avanzando decididamente dio el primer estocado Ramón,
con pase de pecho en punzón y giro golpe a la izquierda, no consiguió su
objetivo en su primer turno ofensivo, y pasase a defensivo rápido y veloz
después de un estacado oblicuo que pudo haber succionado su vena femoral
derecha.
–
Alto ahí, en nombre del Rey cesen el duelo, o serán encarcelados – De repente
grita el Señor de Armas de palacio.
– Por orden expresa del Rey
Teodorico III se prohíbe este duelo,
siendo ilegal en sus efectos y argumentos que no violase en ningún momento la
honra de ninguno de los combatientes ni familia.
Dicho
esto, los guardias los dispersaron y con una sonrisa malévola el marqués montó
su corcel y desapareció, riendo a carcajadas siendo el autor de esa falsa
habiendo presionado al rey para que el mismo anulara dicho duelo y evitara
pérdida de honra o muerte.
Ramón
endiablado y volviéndose a su destacamento, estaba muy alterado, y recogiendo
sus cosas abandonó su puesto con toda su armadura y pertrechos, aunque no antes
sin haberle dado a su segundo un mensaje a su tropa y órdenes para él mismo.
–
Rodrigo voy a una muerte segura, en pos de busca de mi amada la cual el único
modo será dar muerte al Marqués invadiendo su fortaleza e intentando raptar a
mi lady. Quiero por orden específica mía que lleves a los muchachos de
maniobras al llano Alto. No quiero tener que enfrentarme a ninguno de ellos en
la defensa de esa fortaleza.
– Así se hará mi señor.
Decidido
partió a la fortaleza dónde los guardias que hacían control en la puerta los
mató en degüello alarmando al castillo entero, los cuales arqueros empezaron a
nublar su cenit con innumerables flechas. Éste corriendo con escudo en mano evitando un
punzamiento y matando o esquivando a todo el que podía metiese
en la Torre del homenaje donde señores y oficiales del marqués estaban
protegiendo con innumerable tropa.
Armase
de valor y entrando en el comedor común daba espadazos, estocados a diestro y
siniestro. Valiente hombre que en su rabia no sintió ni cortes, heridas ni
hundimientos en su piel sudorosa, recubierta de sangre y que con mala suerte un
flechazo atravesó su pecho arrodillándolo de rodillas y con un último esfuerzo
hincó en su adversario su espada en el pecho antes de caer al suelo con las
fuerzas desvanecidas.
Notaba la vida escapar de su cuerpo malherido. Allí está muriendo el que nunca dudó en arriesgar su vida en pos de un sueño que ya no conseguirá. Perdiendo ya el sentido, apenas sin ver, ve venir una dama pensando que la muerte ha de ser. Cree escuchar una nana, que su amada le cantaba, pensando que si es ella la muerte. ¿Quién tiene miedo a morir?
Muriendo un valeroso y caballero, que enterrado sin honores, cada amanecer en su tumba, una misma flor ve como la luna y su celeste lo abandona.
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