martes, 30 de octubre de 2012

Paseando por el parque

Autora: María Gutiérrez


Cada mañana, sobre las ocho, a veces un poco más tarde, un joven pasea por el parque acompañado de su mascota un koker de color canela. El pobre animal necesita un paseo antes de que él se vaya a trabajar, así que, inevitablemente cada mañana, aunque de mala gana, acude al parque con gesto somnoliento y refunfuñando. Es una de esas personas que encuentra dificultad para levantarse temprano.

Hace unos días ha reparado en una chica que pasea también por parque acompañada de su perro, un carlino  beig y negro que es una monada. La chica tiene una bonita melena y un cuerpo escultural. Desde entonces salir a una hora temprana ha dejado de ser un sacrificio doloroso para él. El problema estriba en como entablar conversación con ella.

-Nos ignora, tanto a mi perro como a mí-  les comenta les comenta penosamente un día a sus amigos.

- Abórdala, tonto….-

-Sí debo hacerlo- decide. -Entablaré conversación con ella y seguro que nuestros respectivos perros se pelearan-

Cada mañana, la chica acude al parque. Le encanta dar este paseo entre los majestuosos árboles, la suave hierba, saboreando este tiempo de paz y tranquilidad antes de mezclarse con el caótico ruido de la gran ciudad. En general le molesta el gentío, siempre ha sido un poco tímida y muy reservada. Ahora en su mente hay una nueva distracción. El joven con su perro coker, está continuamente en su pensamiento. Su timidez desaparece al hablar de él a sus compañeras de oficina. En su mente se agolpan imágenes de seductores que de una forma u otra han ido apareciendo en su vida. Cree que este chico es un buen seductor.

- A mí me gustan los hombres que sepan intrigarme…Es guapísimo, con un cabello negro un poco alborotado…

-¿Por qué no intentas hablar con él?. 

- No puedo, lo he puesto en práctica y me quedo muda, se me seca la garganta y no me sale  ni una palabra, pero soy optimista se que algún día tendré la ocasión. Por desgracia, el perro de él y el mío, ni tan siquiera se han husmeado mutuamente en ademán de saludo.

Los días siguen pasando, el aire es cada vez más fresco y viene cargado del sonido de los árboles que suspiran al perder sus hojas. Como cada mañana, dos personas van paseando por el parque. La de atrás va admirando la espalda cubierta con el anorak verde que lleva ella. Ésta de pronto aminora la marcha ansiando que su perro que anda suelto, retroceda y le ladre al Koker. -¡¡Ójala fuera el suyo un perro homosexual!!- piensa…

La chica toma de pronto la decisión de su vida. Se para pretendiendo arreglarse la zapatilla como excusa. Nota que el joven se aproxima, ella puede apreciar su aroma. Seguro que llevará puesto sin duda un perfume caro. Le resulta excitante y lo agradece en el alma. Está aprendiendo a ser cada vez más coqueta, a pecar de ingenua, a seducir y a poner en práctica sus trucos. También ella se ha perfumado después de la ducha. Le gusta oler bien y más en estas circunstancias, aunque siempre sin abusar. Un ligero toque es más que suficiente para intentar embriagar a su presa. Al pasar por mi lado, nuestras miradas se han cruzado y he sentido un ligero estremecimiento.

De nuevo llegan las ocho de la mañana de un nuevo día, todo continúa lentamente, aunque el objetivo de los dos es el mismo. Cada uno aparece por el parque en compañía de sus respectivas mascotas  dispuestos a patearlo de una punta a otra y cundo más distraídos iban se encuentran frente  a frente. No saben qué hacer ni qué decir, los dos se quedan embelesados ante este glorioso encuentro. Los perros  aprovechan la ocasión para husmearse en tono pacifico con menos nervios que nosotros y son los que ponen la guinda en el pastel.

He notado en su forma de mirar y en sus escasas palabras que es un buen seductor. El pensará: ¡¡por fin he triunfado!!, pero yo, también he conseguido lo que quería, a un hombre que tiene claro lo que quiere, dejando a un lado el pudor para acercarse a mí. Su método ha sido bueno, ya que en ningún momento ha invadido mi espacio de forma inadecuada.

Esta mañana, ella ha aparecido con un anorak rojo, cree que llamará más la atención y ayudará a  avivar la llama que se ha encendido entre los dos. No piensa en otra cosa, coquetea de forma descarada con él. Solo desea que llegue pronto el día en que caiga rendida en sus brazos. Nuestras mascotas también se han enamorado desesperada y vergonzosamente. Tan enamorados están que a veces  causan problemas en la vía pública. El chico se ha planteado si este fuego no se apaga un poco acudir a algún remedio ya que debido a la entrega que pone el carlino, hay momentos que se teme por su vida quedando exhausto en cada encuentro diario.

viernes, 12 de octubre de 2012

Tres jóvenes marines del estado de Kentucky


Autor: Antonio Cobos


Amanecía y una claridad difusa penetraba por el hueco del ventanuco de aquella habitación de hotel modesto en el que había pasado la noche. Hacía un calor profundo y bochornoso y la humedad ambiental era pegajosa y abrumadora. El cuerpo lo sentía mojado y reluciente como si lo hubieran restaurado con un barniz de brillo.

Se había levantado de la cama y se sentó en aquel sillón medio desvencijado, con la funda púrpura desgastada y sacada de sitio. Se pasó la mano por la garganta y se quitó el sudor con los dedos. Pensó en abrir la puerta por si se establecía alguna corriente de aire, pero desechó la idea al momento, al mirar el cuerpo desnudo de aquella joven vietnamita.

Dos pensamientos distintos se alternaban en su mente. Acudían a su cerebro escenas vividas unas horas antes y sentía como las hormonas actuaban de nuevo en su organismo y generaban deseo. Aparecían entonces los sentimientos de culpa y de miedo. ¿Cómo se había dejado llevar? ¿Por qué había aceptado la proposición de esa muchacha menuda? ¿Sería quizás menor de edad? ¿Estaría sana? No había tomado precauciones.

Observaba la curva de la cadera de la joven morena, vuelta de espaldas y abandonada a su sueño y la sangre se le volvía a alterar. Deseaba reposar su mano en la cadera y recorrer aquella piel blanca y suave. Si era una profesional, ¿cómo es que se había dormido? Cuando él se quedó dormido, ella podría haberle robado y haberse marchado. Pero no lo hizo, se quedó dormida junto a él. Recordaba sus ojos oscuros y su mirada penetrante. Podría haberle regateado los dólares que le pedía pero no lo hizo. En aquella mirada vio necesidad y miedo. No pudo decir que no.

Había salido del campamento base, hacía unas doce horas, en compañía de Brent y Scott, sus dos compañeros más allegados, también oriundos de Kentucky, y con los que más a gusto se sentía entre todo el batallón. Habían terminado su periodo de entrenamiento y marcharían al frente en tres días. Les habían dado dos días de permiso y los tres decidieron pasarlos en Saigón.

Cuando estaban en una esquina de la calle Dong Khoi, junto al hotel Caravelle, enfrente del edificio de la Ópera, decidiendo si se tomaban otra copa o no, tres chicas vietnamitas guapas de cara y con las faldas muy cortas se les acercaron sonrientes. A los pocos minutos, dos de los tres marines, se marchaban a otra zona más apartada del distrito 1 y uno de ellos, se excusaba con la tercera chica que, frustrada por no haber sido elegida, no comprendía o fingía no comprender.

James no había querido sumarse a la decisión de sus amigos. En aquel momento se acordó de su novia Dorothy y de las promesas de amor que se hicieron antes de que él partiese, hacía sólo unas semanas. Tras deshacerse de la chica vietnamita, deambuló sin rumbo, perdiéndose por las calles de Raigón.

Cerca del parque Tao Dan, se tropezó de pronto con aquella chica, que con cara suplicante y algo de miedo le pedía 10 dólares y le señalaba el edificio de un pequeño hotel. Cuando movió su cabeza de un lado a otro, diciéndole que no mientras le sonreía, la chica le cogió una de sus grandes manos entre las suyas y le dijo que sí con su cabeza, forzando una sonrisa. Fueron aquellos ojos clavados en los suyos, aquellos ojos hermosos y profundos, los que le hicieron actuar como un autómata y dejarse llevar por unas manos menudas y blancas que tiraron de él hasta el hotel. Ella pidió la habitación y subieron a la primera planta.

Una vez dentro de la habitación ella cerró la puerta y se quedó quieta delante de James, esperando que él tomara la iniciativa. Pero el marine permanecía quieto, mirando a aquella joven y pequeña mujer, con una tersa y hermosa cara y una piel suave y blanca como no había visto nunca.

De nuevo fue ella la que tomó la iniciativa y dando un paso hacía él, le cogió su mano enorme entre sus dos manos diminutas y se la llevó a uno de sus pechos. Una suave reacción involuntaria de apartar la mano fue percibida por la vietnamita, pero duró un instante. Ella no soltó al marine, que en seguida se relajó y empezó a percibir los latidos de un corazón desbocado. Acomodó el hueco de su palma a aquel tejido esponjoso y blando y comenzó a reaccionar a los estímulos que percibía en su cuerpo. Se agachó hacia la vietnamita, que había inclinado su cabeza, y con suavidad le levantó su cara hacía él. Sus labios buscaron su boca y sus dedos se entrelazaron en sus oscuros cabellos. Le soltó la cola de caballo y comenzó a quitarle su ao dai, ese vestido de cuello alto y manga larga, ajustado a los brazos, al pecho y a la cintura y que la mayoría de las mujeres vietnamitas llevaban sobre unos pantalones anchos. A James le parecían muy elegantes.

Los movimientos del principio, suaves y como a cámara lenta, se fueron haciendo cada vez más fuertes y rápidos hasta llegar a ser casi violentos. Después volvió la suavidad y apareció una ternura que volvió a ir encendiendo el cuerpo de James como un fuego devorador. Y así pasaron varias horas, hasta que el cansancio puso a dormir a unos cuerpos sudorosos y enlazados.

James se vistió sin hacer ruido y ya en la puerta, al abrirla, volvió sus ojos hacia la joven vietnamita que despertó de forma brusca en ese instante y fijó su mirada oscura y profunda en el huidizo americano. James cerró la puerta y buscó con rapidez la salida.

Una semana más tarde, un parte de guerra daba una relación de marines muertos en acto de servicio en un enfrentamiento contra el Vietcom. Entre ellos aparecían los nombres de William M. Brent, Charles L. Scott y James T. Atkinson, tres jóvenes marines del estado de Kentucky.


jueves, 11 de octubre de 2012

Viuda negra

Autor: Antonio Pérez García

Eróticamente imperfecta, así es como podría describir a esa chica que contamina el aire, esa que angustia mis neuras, las marchita sin remedio, madre de todas las víboras. 

Serpiente con tacón y bolso tous. Mi corazón en un vaivén se empeña en alzarse en gloria al oírte, al verte. Cuando llegas mis pulmones dejan de respirar cayendo hipnotizados.

Ni que todo mi maldito cuerpo no recuerde nada del ayer, solo infielmente me dejan sin cuartel, sin ganas de luchar, solamente sin nada de lo que pueda yo arreglar, esa impotencia, por culpa de esa mujer fatal que me desencaja por siete sitios.

Maldito aire ¿no dicen que oxidas? pues mátame ya, antes que esta locura loca afecte y desemboque en marismas tan descomunales que nos podamos sin querer deplorar, no queriendo hacerlo nunca más. Eres la viuda negra, un placer erótico pero utópico que ni puedo ni quiero probar. Simple cambiaría tu cara por un globo con sonrisa pintada y tu cuerpo esbelto por cajas de cartón, obligando a tus curvas a rendirse a rectas sin sentido, pero con mucho significado para la caricatura que sin remedio intento a mi deseo mostrar.
 
No te quiero, pero te necesito, no me gustas, pero sin remedio te encuentro. No lo quiero, pero desgraciadamente no hago más que por ti pecar.

Mato al santo, ángel caído, descomulgado por la bondad y la cordura, obligado en el infierno a acabar contigo a cuestas durante mi eterno rojo y ardiente paraíso.

Eróticamente imperfecta, y no porque no quiera probar, sino porque no estoy tan loco para contigo irme a suicidar, los kamikazes los dejo para quien ingenuamente en ti chocan cada día una y mil veces más, mujer fatal. Que en gloria te tenga el Eterno, porque algún día en el infierno reinarás.



viernes, 5 de octubre de 2012

Seducción


Autora: Carmen Sánchez Pasadas

Es la hora. Soledad, Sole para los demás se despereza en el sofá y toma una ducha. Mientras se prepara, piensa en Mario. Probablemente se encuentre con él esta noche, por lo que elige la ropa que seguro le gustará.

Un corpiño verde esmeralda se ajusta a su cuerpo mostrando los hombros bronceados. La falda negra se bambolea a cada paso, sobre las piernas que lucen medias de rejilla, mientras unas cintas de charol sujetan sus tobillos delgados a unos zapatos de tacón fino e infinito. Sole advierte ante el espejo que está imponente, envuelta en un perfume sutil, pero que se torna embriagador en la cercanía. Sin embargo su mayor triunfo, está segura, es su sonrisa fresca y cautivadora.

Ya suena el bandoneón y una voz profunda evoca la traición de un amor, a son de tango. Mario ya ha llegado. La saluda con una sonrisa pícara, al tiempo que le dice:

- ¿Cómo estás?, preciosa.

Ella le atiende con una risa espontánea, a la vez que le responde:

- Tú si que estás estupendo.

Y es cierto. Él no es excesivamente alto, pero su complexión atlética y su tez morena lo hacen muy atractivo. Si también le añades sus ojos oscuros, el pelo ondulado y brillante, verás a Mario como un galán. Además su estilo, la camisa de seda negra, los pantalones impecables y los zapatos relucientes de puro lustre, hace que no pase desapercibido.

Mario se le acerca y a un gesto, ella da un paso hacia él. La toma de la mano y le da un beso cálido en la mejilla, cerca de la oreja. La rodea con el brazo derecho y Sole corresponde dejando caer el suyo desde el hombro hasta la parte superior de la espalda masculina, pero tan delicadamente que apenas la roza. Él la lleva al ritmo marcado del tango, con tanta presteza que parece que se deslizan acariciando el suelo. Hacen infinidad de giros imposibles, las piernas de Mario se enredan y desenredan milagrosamente en las de ella y Sole le corresponde cada vez que él lo requiere, con sus piernas gráciles con un gancho o un voleo. La cadencia se ralentiza y Mario ahora la espera, dejándola hacer. A continuación, la música in crescendo hace que él juegue con el pie, toca el de ella, lo quita, lo pone y Sole sigue el juego, una dos, tres veces, hasta que cambia el compás y entonces su pie recorre la pierna de él arriba y abajo sensualmente.

De cuando en cuando, intercambian una mirada cómplice y luego continúan con las mejillas pegadas y los cuerpos enfrentados, como si fueran una sola voluntad. La melodía finaliza, el abrazo persiste mientras él arrastra a Sole y ella termina recostada sobre el brazo firme de Mario. En ese instante no existe nadie más, un halo los envuelve, alejándolos de la realidad.

Él le susurra:

- ¿Vamos?

- Llévame donde quieras – contesta ella, sabiendo que la seducción que comenzó con el baile se prodigará en mil caricias y este pensamiento la hace estremecerse.

Momentos después, se abrazan en la penumbra de una habitación. Las manos de Sole desabrochan la camisa de Mario y su boca se recrea en el torso masculino. Él la besa con vehemencia, luego acaricia su cuello y su nuca, mientras ella tiembla entre sus brazos. La torpeza de Mario desnudando a Sole se oculta bajo los susurros apasionados que tanto la cautivan. Entonces ella se vuelve sin dejar de acariciarlo, en tanto él se desnuda. Luego ella se quita la falda lentamente mientras él le ayuda con fingida impaciencia. Finalmente la desnudez de ambos los hace encenderse aún más y desearse. La excitación se palpa en la piel sedosa de ella y caliente de él. Sin brusquedad, caen sobre la cama, rodando alternativamente uno sobre otro. Rápidamente la desazón los alcanza hasta llegar a la pasión febril, entonces los jadeos aumentan desenfrenadamente...

- Corten – dice el director.

De pronto toda la escena se para. El cámara deja de filmar y los protagonistas se incorporan con naturalidad.

- Haremos una pausa de una hora – continúa, dirigiéndose a todo el equipo.

Y durante ese tiempo, el ambiente erótico se desvanece hasta la próxima toma.


En un instante


Autora: Elena Casanova

Tus palabras se evaporan más allá del horizonte hacia donde las miro. No me dejo aturdir por la musicalidad de tu voz. Hoy voy más allá y pretendo analizar la sintaxis de tu anatomía. Voy cayendo en la inercia de cierta debilidad, donde cada uno de mis cinco sentidos se agita en una efervescencia desesperada que envuelve tu cuerpo.

Me detengo en tus ojos, como un relámpago atravieso las pupilas ahondando en los más íntimos secretos de tu mirada. Me bastan unos segundos para dejarme hipnotizar por la profundidad de una seducción esquiva coronada de matices, cautivada por el espectro de colores que intensifican la levedad del momento.

Aparece un leve rubor y aflojo mi hipnosis para dejarme llevar por la suave melodía de tu boca. No es el pacto de tu voz el que me lleva al complejo laberinto de mis deseos sino que saboreo tus labios modulados por una sonrisa y, entreabiertos, exploro un terreno desconocido. Rodeo tus palabras para buscar con mi lengua cada recoveco, recorriendo la fina línea de tus dientes para terminar excavando en lo más hondo, tropezando con otra lengua torpe, incapaz de mantener el ritmo encandilado de mi capricho y me sabe a miel.

Mis manos se retraen para volver impacientes y recorrer cada ángulo de tu cuerpo. Lenta y suavemente exploran  rincones prohibidos. Ávidas por el roce de tu piel se mueven al ritmo de mi propia codicia y, cuando alcanzan su cenit,  te rodean esclavo de mis dedos.

En este atractivo juego colmado de tonalidades, descubro un fuerte olor a brisa de un mar de verano. Es tu piel que se ha dejado llevar por el sonambulismo de la luna y el escozor de un sol de mediodía. Aspiro profundamente una nebulosa de algas y de sal, tú, hijo de la montaña.

En un instante despierto al tremendo cansancio de un silencio. Tus palabras, calladas, no dicen nada, y en la magnitud del momento me deslizo por el sendero brumoso de la nostalgia y te vuelves para decirme adiós. ¿Y tu voz? Como una sombra en la penumbra has desaparecido y me quedo con el ruido de tu mutismo.


Experiencias


Autora: Rafaela Castro

Voy a comenzar con esta especie de diccionario. Recuerdo que cuando los mayores hablaban de sus cosas sobre todo de estos temas, si aparecía algún menor se decía: “Vamos a callar que hay trapos tendíos”. Eran los años 60. Se ve que en esos tiempos nos llamaban trapos, qué nombre más raro ¿verdad?. Si se referían a los genitales de los niños, el pene era igual a “pito”, los testículos los “tilines”. Yo creía que hablaban de los pitos que mis titos me traían de Sierra Morena, fiesta de la virgen de la Cabeza. Los tilines, campanillas o algo parecido. Los genitales de las niñas, el “minini”, para mi mente un gatito, y el “bollito” igual a pan. También se oía decir “el novio le ha hecho una barriga” pero al final “él cumplió y le pagó”. Yo pensaba que le daban dinero. Yo era una niña muy barrigona y nadie me la hizo ni me pagaron por ello. Era delgadica pero con barriga, de hecho cuando tropezaba y me caía, el primer golpe siempre iba ahí. No recuerdo pasar hambre pero no sé por qué me acuerdo de los niños de biafra.

Como ya saben algunos que me conocen, formo parte de un grupo de gente en la Biblioteca de La Chana, que escribimos relatos. al principio el tema era el que se le ocurría a cada uno. Ahora llevamos un tiempo que nos ponemos todos de acuerdo con el tema, lo bonito es que cada uno de nosotros lo enfocamos de forma diferente, es como una incógnita. Yo lo veo más interesante.

Antes del verano que fue la última vez que estuvimos reunidos se expusieron varias ideas y al final nos decantamos por el erotismo. Confieso que la mente se me bloqueó, pero pensando y pensando recordé algunas anécdotas que viví de pequeña, las cuales yo ignoraba como podía llamarlas, aparte de guarrerías y cosas feas.

Cuando llegó a mis oídos esta palabra del erotismo, yo lo asemejaba con los tebeos en los cuales aprendía a leer, los que más me gustaban eran los de héroes, el Capitán Trueno, Tintín, Tarzán, etc. Erotismo igual a tebeos con mis héroes favoritos.

Sensualidad casi igual a lo anterior, yo tenía unos 8 años vivía en una aldea junto a mis padres. En aquellos tiempos tendría yo cuatro o cinco amiguitas más o menos de mi edad. Una vecina del lugar estaba embarazada y Paqui, mi amiga que era un poquito mayor que yo, me desveló aquel misterio de la barriga gorda. Una prima de ella, le había informado de cómo se hacían y venían los niños. Se cayeron a mis pies la cigüeña con niño incluido y todas aquellas fantasías. Me quedé tan impresionada que se me callaba reventaba. Se lo conté a otra niña, yo como la del ariel, ésta se lo dijo a su mamá y, claro, ella informó a la mí. Le dijo que yo contaba cosas muy feas a su niña y que la estaba picardeando.  Mi madre me dijo de todo: sinvergüenza, exenta igual a fresca, marrana. No me acuerdo si me dio con la zapatilla en el culete, seguro que sí porque era de lo más grave y pecaminoso que yo había hecho en mi corta vida.  Fue como un presagio a mis vivencias posteriores.

En la adolescencia conocí a unas monjas y hasta quise ser una de ellas.  Como todos sabemos, de los diez mandamientos, en el que más hincapié ponían era en el sexto: “No quebrantarás con obras, pensamientos ni deseos impuros”. He procurado liberarme de todos estos prejuicios que han ido metiendo en mi cabeza unos y otros. Y con este curriculum, me he atrevido a contar un pasaje erótico de mi vida diaria. Puede que al final no sea lo que parece, ¿o si?

Dicen que está la erótica del poder, la del lujo, la del dinero y la que ya todos sabemos. Yo para subir mi ánimo, mi moral y  sentirme a gusto, utilizo la fruta que ya podéis imaginar. Se cría en Canarias, pero por favor, no sean mal pensados. ¡Ah! se me olvidaba, me los llevo a pares en el bolso cuando la cosa se viene abajo, suelo coger uno para mí y otro para la amiga de turno y nos ponemos como una moto, pues no hay nada mejor para la glucosa que comerse un plátano. Dicen que no es la mejor fruta, será por lo del potasio, y es que yo soy diabética. Aunque mis amigas no lo sean, también se les queda la glucosa por los suelos. Cuánto siento que mi erotismo haya quedado, pues eso, por lo suelos también.

El erotismo


Autora: Pilar Sanjuán Nájera


El tema de hoy es para mí bastante peliagudo, porque mis tiempos –llamémosles- de plenitud, transcurrieron durante los años 50, 60 y 70; o sea, de los 20 a los 40 años, en plena época franquista, cuando España era el paradigma de todas las esencias de la castidad, la pureza, la represión y el oscurantismo; dudo de que en aquellos tiempos, ciertas palabras atrevidísimas, como orgasmo, clímax, sexualidad, erotismo, figuraran en el diccionario.

Podría hablar ahora del erotismo leyendo libros especializados sobre el tema, manuales, consultando internet, etc, pero sería como recitar una lección más o menos bien aprendida. prefiero hablar sobre mis experiencias o mejor dicho, sobre mi ignorancia en esos “escabrosos” temas. ¿Qué íbamos a saber del erotismo las mujeres de mi época? Habíamos leído un poquito sobre Cupido o Eros, el dios-niño del amor y sus flechas, pero de una manera absolutamente aséptica. ¿Qué íbamos a saber del tan traído y llevado tema (ahora) sobre el punto G y de las zonas erógenas en la anatomía masculina o femenina?

Yo, después de estudiar cuatro años de Bachiller y Magisterio, que por supuesto no estaban “contaminados” de erotismo, apenas si sabía lo que era un pene ni por supuesto lo había visto ni aún en los libros. Nunca nos dieron una buena lección sobre el aparato reproductor del hombre ni de la mujer (podía ser algo pecaminoso). Ignorábamos por completo que la estimulación de las zonas erógenas, producía placer ¿pero qué eran y dónde estaban las zonas erógenas? LA SANTA MADRE IGLESIA, guardiana de la pureza más acendrada, nos decía a las casadas que el matrimonio era exclusivamente para engendrar hijos, no para experimentar placer. Al hombre, naturalmente, si se le permitía ese privilegio, pero no tenía por qué darlo, así que él se satisfacía y tomaba a la mujer meramente como vaso receptor. Hay muchas mujeres que jamás han alcanzado un orgasmo, asé que es de imaginar lo placentero que sería su matrimonio.

Las jóvenes de mi época, en su gran mayoría, íbamos al matrimonio vírgenes totales, pero los hombres, que siempre han gozado de más libertad, habían tenido casi todos experiencias sexuales preparatorias con las “hetairas” de aquella´época, las mujeres malas. Voy a hablar un poco de esto.

Yo vivía en Úbeda en la plaza de Santa María; desde esta plaza, salía una callecita larga y estrecha que iba a parar al barrio de El Alcázar, lugar donde vivían la mayor parte de esas mujeres; de vez en cuando, las veíamos pasar en manada atravesando la plaza, unas con aire avergonzado y otras con aire insolente; nos decía la gente que iban al reconocimiento médico. Nosotras, desde nuestro orgullo de mujeres buenas las veíamos con curiosidad mezclada de desprecio, sin darnos cuenta de que le debíamos el haber “desbravado” a nuestros futuros maridos; no les enseñaban una sexualidad delicada, porque no estaban  los tiempos para florituras, pero habían soportado de ellos una sexualidad a lo bestia, ruda y primitiva, aplacando las urgencias de aquellos dignos caballeros que por el día llevaban en procesión a la virgen de Guadalupe e iban a misa con toda devoción. La hipocresía de siempre.

¿Pero saben ustedes dónde estaban los templos de la “sabiduría erótica”? ¡Pásmense!: en los confesionarios. Recuerdo que de jovencita cuando todavía me confesaba, iba con mis pecadillos veniales mi candor, mi ingenuidad y mis deseos de espiritualidad al confesionario. ¿Y qué me encontraba detrás de aquella rejilla? Un representante de la Santa Iglesia, a modo de araña que espera a la mosca para atraparla entre sus redes. El confesor, muy experimentado y experto en esas lides, dándose cuenta rápidamente de mi “bisoñez”, me hacía unas preguntas extrañas, sobre cosas que yo no entendía, con voz meliflua y algo temblona. Yo barruntaba que aquellas preguntas, al igual que ciertas películas de la época, eran “gravemente peligrosas”; no sabía qué contestar, me sentía confusa y el cura, regodeándose, volvía a la carga, dejándome cada vez más desconcertada. Después de bastantes años, comprendí que el confesor de turno, en aquellos momentos, tenía la lívido en carne viva y sus zonas erógenas echando humo; para ellos, tan reprimidos, el confesonario era su válvula de escape, pero nos dejaban llenas de confusiones y con la paz espiritual hecha unos zorros. Aunque cambiase de confesor, en todas partes era igual, así que dejé de confesarme y pude alcanzar la serenidad interior. ¿Cómo íbamos a sospechar entonces que bajo aquellos hábitos religiosos había personas realmente peligrosas, enfermas, que de hacerles caso nos hubieran contaminado como le pasó a la Regenta en la novela de Clarín? Recuerdo que uno se atrevió a decir: “ Si no me das un beso, no te doy la absolución”. Tú salías de allí espantada y escandalizada, sin darle el beso, por supuesto, pero con una absolución pendiente, llena de ansiedad (infeliz…) y con remordimientos y sensación de culpa; igualito que les pasa a las mujeres maltratadas, que son verdaderas víctimas y sin embargo, siempre les queda la duda de si serán algo culpables.

Me viene a la memoria un pequeño suceso –quizá no sea tan pequeño- que no quiero pasar por alto pues encaja con el tema que estamos tratando; me sucedió a mí. Ocurrió a comienzos de mi relación amistosa con el que luego sería mi marido (en esos momentos, yo no podía ni imaginar que en un futuro sería el esposo que me acompañaría durante más de veinte años, hasta que me separé de él). Estábamos en la biblioteca Municipal, de la que él era el encargado; en ella lo conocí porque, dada mi afición a leer, iba mucho a sacar libros; ese día me senté a leer en una de las salas que estaba vacía; él se acercó y se sentó a mi lado, de pronto, cogió mi mano y me la apretó con la suya; fueron unos segundos de contacto, ni siquiera piel con piel porque yo llevaba unos guantes veraniegos que entonces, solíamos ponernos las chicas. No supe interpretar lo que sentí, pero me quedé conmocionada, ahora, recordándolo, me doy perfecta cuenta de que fue una verdadera descarga erótica, con la pasión que ñel ponía en todo lo que fuera sexualidad. Noté una fuerza y una energía para mí desconocidas, ero que me transmitieron sensaciones nuevas e inquietantes; él se levantó de inmediato porque empezó a entrar gente en la sala y se fue a otra. Ese gesto de apretarme la mano en aquella época tan tremendamente puritana, me pareció además atrevidísimo; el caso es que estuve bastante rato “descolocada” como decimos ahora; luego me fui sin despedirme de él porque solo mirarlo me turbaba. Por la noche tuve unos sueño que alteraron mi ánimo (aún me duraba la conmoción). Creo que fueron unos sueño premonitorios, una intuición de lo que me esperaba con él en nuestro matrimonio. Lo mismo que yo no sabía entonces ni remotamente lo que era erotismo, también ignoraba por completo lo que era masoquismo y sin embargo, aquellos sueños tuvieron mucho de masoquistas; para mí fueron una pesadilla difícil de olvidar. ¿Cómo iba yo “a priori” a imaginar que aquel hombre al que admiraba porque era cultivado, gran conocedor de la Literatura, con una conversación amena e inteligente sería a la vez poseedor, en su extraña personalidad, de aspectos tan oscuros como luego descubrí cuando estaba unida a él? La relación íntima entre él y yo, durante más de veinte años, no fue satisfactoria para mí y sin embargo, estoy segura de que yo tenía un gran potencial en el campo de la sexualidad y el erotismo que solo hubiera necesitado de la mano –que como al arpa del poema de Bécquer me hubiera hecho “vibrar”; pero claro, no una mano zafia, sino guiada por la ternura y el cariño, cosa que a mí me faltó así que mis placeres íntimos quedaron casi inéditos.

En fin, el conocimiento del erotismo me ha pillado ya un poco madurita, con mis zonas erógenas “anquilosadas”. Pero de todas formas, como no solo de erotismo vive el hombre, siempre he encontrado otras fórmulas para llegar a tener momentos placenteros, muy placenteros: la lectura, la pintura, los viajes, la contemplación de la naturaleza, las amistades, las charlas con hijos y yernos libres de tabúes y la relación entrañable con un nieto de 19 años con el que hablo de todo lo divino y lo humano, sin que la diferencia de edad –él 19 y yo 83 años- ponga entre nosotros ninguna barrera. ¿Qué más puedo pedir?