domingo, 10 de febrero de 2013

El mar

Autora: Amalia Conde


Alfonso es un joven muy alegre y ocurrente, trabaja en una tienda de artículos de regalo, se pasa el día discutiendo con los clientes y el dueño, por eso se pone muy nervioso, y cuando sale de la tienda se va para la playa, lo pasa muy bien en el agua y dando paseos por la arena, después, se sienta en los bancos que hay en el paseo marítimo y cuando hay niños jugando a la pelota, se une a ellos.

Una de esas tardes en uno de los bancos había una chica joven y bien parecida, se acercó y después de saludarla le preguntó si podía sentarse. La chica no respondió, él se sentó y como un relámpago, ella desapareció. ¿Cómo pudo desvanecerse en segundos? Como si hubiera caído un rayo empezó a subir la marea, las olas llegaban al cielo, ¡era espantoso!, pensó que los nervios le estaban jugando una mala pasada porque le costaba trabajo saber dónde estaba, pensó que la próxima vez no iría a los bancos.

Pero al día siguiente ahí estaba, cerca del agua, paseando por la arena vio a la chica tan junto a él que parecía que la había traído el aire, le preguntó si le gustaba el mar, y ella dando un grito muy fuerte dijo: ¡NO! ... al mismo tiempo, la marea subió tanto que parecía que el agua no volvería a bajar.

-Si no te gusta el mar, ¿por qué vienes?, le preguntó Alfonso, y ella mirándolo con rabia le dijo algo que él no alcanzó a comprender. Y se fue, mejor dicho, desapareció como el humo.

Al día siguiente Alfonso estuvo en la tienda muy nervioso, todos le preguntaban el motivo, pero él, que siempre había sido tan expresivo, hacía como que no escuchaba a nadie.

Se prometió que no iría más a la playa, pero día tras día, sin saber cómo, se encontraba frente al mar.

Una vez, cuando Alfonso llegó, la chica estaba allí, se acercó a ella prometiéndose a él mismo que esta vez no se le escaparía, como siempre.

-Si tienes miedo al mar me comprometo a enseñarte a nadar y estar contigo todo el tiempo que estés en el agua.

Parece que no le disgustó la idea, pero no dijo nada, y como siempre, ella se fue.

Aquella noche Alfonso estuvo muy nervioso, apenas si durmió, veía tantas cosas raras en esa chica que aunque le gustaba, algo en ella le daba miedo, y pensó que no la volvería a ver más ni iría a la playa.

Pero igual que todos los días, a la tarde siguiente se encontró frente al mar, y ahí estaba ella, esperándolo, le dijo que quería que la enseñara a nadar, a Alfonso le dio tanta alegría que creyó que las flores de invierno se habían perdido y habían florecido los claveles y arrayanes. Se había presentado abril y mayo. Al mismo tiempo sintió miedo.

Empezaron las clases de natación, tantas que la chica quería dejar claro que ya sabía, y que podía, como si se hubiera dedicado a eso siempre, llegar hasta donde quisiera. Una tarde llegó a actuar de forma extraña, sin hacerle caso a Alfonso que le decía que tuviera en cuenta el estado del mar, no lo escuchó, se subió a un peñón que sobresalía del agua bastante y como las olas no dejaban de crecer, una la envolvió como una manta.

Llegaron los socorristas, la chica, de vez en cuando se asomaba para gritarle a Alfonso que se fuera lejos del mar, que luchaba con la Nada, así hasta que dejó de oírse, de verse, por mucho que la buscaron.

Atendieron a Alfonso y lo trasladaron a un cuartel para que contara quien era la chica. Alfonso les dijo lo poco que sabía, sus apariciones y desapariciones, que no hubo contactos, ni historia de ninguna clase, explicó cómo era físicamente lo mejor que pudo y cuando terminó, un anciano le dijo que se fuera a casa, se tranquilizara y tratara de olvidarlo todo, porque Marina, la chica de quien les hablaba, había muerto hacía diez años, en la playa, tragada por el mar.

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