Autora: Elena Casanova
Antes de irse a la cama, Javier repasó una vez más todo lo
necesario para el día siguiente
porque odiaba las sorpresas
de última hora y la impuntualidad era algo
que no formaba parte de su rutina. Bien – pensó- las botas, los calcetines,
pantalones, camisetas, chaquetón, gorro, bufanda, guantes, mochila… Y así fue
revisando todo lo necesario para la subida a la sierra con Daniel. Se fue
temprano a la cama porque a las seis y media vendría su amigo a recogerlo con el coche.
A las seis se sobresaltó con el pitido del teléfono.
-
¿Quién puñetas es a estas horas? - resopló entre sueños.
-
Perdona Javier, perdona... soy Daniel y pensé
que ya estarías de pie
-
¡Joder Dani! ¿Me he dormido?- gritó a la vez que saltaba de la cama.
-
No, no tranquilo. Es para decirte que no puedo
ir a la sierra. La madre de Sonia ha pasado toda la noche con vómitos y la han
dejado ingresada en el hospital para hacerle algunas pruebas. Sonia está con
ella, y ya sabes… los niños…. Tengo que quedarme con ellos.
-
¡Vaya hombre, qué fastidio! Supongo qué no tendrás con quién dejarlos -
le dijo con algo de socarronería.
-
Pues no Javier, además a es un poco temprano
para molestar a nadie. Quedamos para otro día y lo siento.
-
Sí claro, otro día- contestó Javier tirando el teléfono a la otra punta de la cama.
Maldita sea- pensó- la suegra ¡qué oportuna! no tendría la
buena mujer otro momento para indigestarse.
¿Y ahora qué hago yo un domingo
metido en casa con todos los amigos fuera? ¡Menudo rollo!
Se escondió nuevamente entre las sábanas sin pegar ojo hasta
que, después de una interminable retahíla de vueltas y con la cama totalmente
deshecha, decidió levantarse a las nueve de la mañana. Javier se vistió de mala
gana y bajó a tomar un café. Jesús, el camarero, aprovechando que no había
demasiados clientes, se desahogó con él contándole su último fracaso amoroso.
El hombre, que no paraba de suspirar, concluyó su natural incompatibilidad con
las mujeres viéndose en el futuro como un atormentado soltero.
No comprendía la naturaleza femenina y siempre que intentaba mantener una sólida
relación, al poco tiempo se frustraba. Javier, que le importaba un carajo los amores
y desamores de cualquier mortal, se
libró de su interlocutor en cuanto pudo y volvió a su casa con el carácter más
retorcido que con el que había salido esa mañana. Compró el periódico y decidió
brindarse el resto del día.
Ocupó toda la mañana en
la lectura del diario y cuando su estómago dio señales de una incipiente
hambruna disfrutaba de un tremendo dolor
de cabeza. Se tomó un par de calmantes, algunos restos de la cena y unas
cuantas cervezas. El alcohol le produjo un ligero sopor que, después de unos minutos, se tradujo en una larga siesta de la
que despertó con un malestar aún más intenso. Otros dos calmantes lograron
mitigarle, en parte, la presión que sentía en las sienes.
Recorrió su pequeño apartamento dispuesto a poner un poco de
orden pero desistió rápidamente y, cogiendo el mando de la tele, volvió a
tirarse en el sofá dispuesto a digerir lo primero que apareciera en la
pantalla. De esta manera pasó el resto del día viendo películas de serie b salpicadas de lociones milagrosas, colonias
seudoeróticas, bombones de diseño… todo ello revestido de una empalagosa
felicidad.
Javier volvió a la cama casi en estado hipnótico, programó el
despertador, apagó la luz y barruntó una vez más su mala suerte.
A las seis lo sobresaltó el pitido del teléfono.
-
¿Quién es a estas horas? – dijo aún entre sueños.
-
Perdona Javier, perdona... soy Daniel, y pensé
que ya estarías de pie
-
¡Joder Dani! ¿Me he dormido?- gritó a la vez que saltaba de la cama.
-
No, no tranquilo. Es para decirte que no puedo
ir a la sierra. La madre de Sonia ha pasado toda la noche con vómitos y la han
dejado ingresada en el hospital para hacerle algunas pruebas. Sonia está con
ella, y ya sabes… los niños…. Tengo que quedarme con ellos.
-
¡Vaya hombre, lo siento mucho! Si necesitas algo no dudes en llamarme ¿Vale?
-
Gracias Javier, pero creo que no es nada serio,
pensamos que hoy mismo le darán el alta. Quedamos para otro día.
-
Por supuesto, cuenta conmigo- soltando el teléfono
en la mesita.
Vaya, ¡qué contratiempo!- pensó- ¡Pobre mujer, con
tantos achaques y ahora esto!
Se escondió nuevamente entre las sábanas y durmió hasta las nueve de la mañana. Decidió
darse una ducha e ir a tomar un café en la cafetería de Jesús y de paso charlar
un rato con él. Aprovechando que no
había demasiados clientes, Jesús se desahogó con Javier contándole su último fracaso
amoroso. El hombre, que no paraba de suspirar, concluyó su natural
incompatibilidad con las mujeres viéndose en el futuro como un atormentado soltero.
No comprendía la naturaleza femenina y siempre que intentaba mantener una sólida
relación, al poco tiempo se frustraba. Javier, entre divertido y sorprendido
por el exagerado victimismo de su amigo, intentó animarlo, diciéndole que aún
era muy joven y que las mujeres tendían a la huida por su obsesión con el
compromiso. Le recomendó tomarse con más calma sus relaciones y dejar que el
tiempo actuara de forma natural, recordándole que él mismo vivía solo con casi
cuarenta años y su vida no era tan dramática.
Al salir de la cafetería compró el periódico y decidió
quedarse en casa el resto del día. Ocupó la mañana en la lectura del diario y ordenando
un poco su caótico apartamento que pedía a gritos algo de limpieza. Cuando su
estómago dio señales de una incipiente hambruna, preparó una exquisita receta
que había leído en algún sitio y, como casi nunca disponía de tiempo, pensó que
era el día indicado para hacerlo. Se abrió una de las botellas de vino que tenía
reservadas para las visitas y tomó un par de copas. El alcohol le produjo un
ligero sopor que, después de unos
minutos, se tradujo en una larga siesta de la que despertó con una sensación
de agradable descanso.
Encendió la televisión y comprobó rápidamente que no había
ningún programa que mereciera la pena.
Cogió una novela que tenía apartada y pasó el resto de la tarde
enfrascado en su lectura. Después de cenar, recogió la cocina, preparó su ropa
y llamó a Daniel para preguntarle por el estado de su suegra y no tardó en irse
a la cama. Programó el despertador, apagó la luz y fue sumiéndose en el sueño mientras pensaba cuánto tiempo hacía que no
había disfrutado de un apacible día en solitario.