Había
una vez un niño o una niña, a quién le gustaba mucho pasear. No recuerdo bien, pero creo que se llamaba
Juan – así que por el nombre debía de ser un niño - (poner el nombre del niño o la niña al que le
cuentas el cuento y adaptarlo). ¡Oye, cómo tú!¡Qué casualidad!
Estaba
un día Juan paseando con su padre junto a un bosque muy espeso, buscando setas,
cuando al borde de un camino sinuoso descubrió un caballo blanco de largas
crines y de bella figura. En un primer momento el niño se asustó, pero en
seguida notó como el caballo le trasmitía una sensación de tranquilidad. Pero su
mayor sorpresa estaba por llegar, pues de repente, el caballo le habló como si
de una persona se tratara. “Hola” – le dijo - y le preguntó por su nombre. Él niño
le contestó, diciéndole quién era, y movido por su curiosidad, preguntó a su
vez al equino: ‘¿Y tú cómo te llamas?”.
El
caballo respondió: “Los que me conocen me llaman Rayo, porque soy muy veloz”.
Juan se alegró de tener un nuevo amigo y sobre todo se alegró, de que su nuevo amigo era un caballo
que hablaba.
Rayo
invitó a Juan a dar un paseo, pero el pequeño, aunque tenía pocos años, era
precavido y contestó: “Primero, he de pedirle permiso a mi papá”. El caballo
relinchó de alegría al ver que el niño era responsable y prudente.
En
ese momento, el padre de Juan se aproximaba al lugar donde se encontraban su
hijo y el caballo. El niño volvió a llevarse otra sorpresa mayúscula, al ver
que su padre saludaba al caballo por su nombre y que éste le devolvía el
saludo. ¡Se conocían!
“Veo
que acabáis de conoceros” – dijo el padre de Juan – “¡Por fin has vuelto por
estos lugares, desde los bosques de la fantasía!”
“Papá,
¿me puedo dar un paseo con Rayo?” – interrumpió Juan
“¡Claro
que sí!, yo también me los daba cuando era un niño. Pero debes volver dentro de
una hora para que tengamos tiempo suficiente de volver temprano a casa. Nos
esperan tu madre y tus hermanos.
Loco
de alegría, Juan se montó en una piedra grande y desde allí pudo izarse hasta
los lomos del caballo, que se aproximó todo lo que pudo a la gran piedra.
“¡Agárrate
bien!” dijo Rayo y comenzó a trotar primero, a correr deprisa después y a
galopar desenfrenadamente al final, como si se tratara de un tren de alta
velocidad.
“Ahora
sé porque te llaman Rayo” dijo Juan intentando guardar el equilibrio.
A
Juan, aún le esperaban más sorpresas porque… de pronto, Rayo desplegó dos alas
blancas de sus costados y al batirlas comenzó a volar. El caballo níveo subía y
subía, y cada vez estaba más y más alto.
Si
en el suelo corría como un tren, en el aire volaba como un cohete. Y pronto
empezaron a ver muy pequeñitos los bosques y los ríos, las ciudades y los
caminos, las montañas y los mares. Viajaron entre nubes durante unos segundos y
¡zas! cuando las nubes se abrieron, estaban atravesando un desierto, y allí
abajo, se veían unas construcciones que Rayo llamó pirámides y qué estaban en
un país llamado Egipto. Al poco rato vieron un muro largo, sin aparente final y
Juan aprendió que aquello era La Gran Muralla China. Siguieron viajando hacia
el este y atravesaron una masa muy grande de agua, que Rayo dijo que se llamaba
Océano Pacífico, después vieron unas montañas muy altas y unas ruinas que el
caballo alado llamó Machu Pichu. A Juan le gustó el nombre, sonaba bien. Más
adelante sobrevolaron un bosque enorme, verde hacia todos lados y Juan aprendió
que se llamaba Amazonia. Cruzaron otro mar muy grande, y llegaron en muy
poquito tiempo a donde el padre de Juan les esperaba, con una gran cesta
repleta de setas.
Cuando
Rayo pisó el suelo, las alas desaparecieron de sus costados y a Juan aún se le
abrió más la boca de sorpresa. Dio un beso lleno de contento a su papá, dio un
beso repleto de cariño a su caballo, y se despidió de él, hasta otro día. A
Juan no le cabía la alegría en la cara y por eso la llevaba muy colorada y la
sonrisa le alcanzaba de oreja a oreja.
Al
llegar a casa, salió disparado para contar a su madre y a sus dos hermanos
mayores, que había conocido al caballo Rayo. Sus hermanos se miraron entre sí, y
lo abrazaron con una sonrisa de complicidad.