Autora: Pilar Sanjuán Nájera
Recuerdo que cuando en mi casa
entró el primer televisor, por cierto con bastante retraso en comparación con
otros hogares, estuve un tiempo como aturdida; lo tenía que apagar con
frecuencia porque me era difícil soportar el bombardeo de los anuncios, que era
infernal, o a mí me lo parecía (había personas que los disfrutaban diciendo que
era lo mejor de la televisión). Mi cabeza parecía que iba a estallar; esa
intromisión en mi mundo, de otro tan avasallador, sin apenas dar tregua en su
machaqueo, me parecía insoportable; yo no estaba preparada para recibir lo que
se colaba por la pequeña pantalla sin pedir permiso, de manera tan abusiva; le
cogí aversión, pero mis hijos, entonces pequeños, se entusiasmaron con el
invento y me tuve que rendir, aceptando de mala gana que el televisor ocupara
el mejor sitio en la sala de estar (entonces aún no se le llamaba salón).
Pasó el tiempo y como la capacidad del ser humano para adaptarse a todo
es ilimitada, me fui acostumbrando a la nueva compañía; pero jamás he podido
soportar los anuncios; es tal el rechazo y la aversión que siento por ellos,
que tengo por norma no comprar nada de lo que se anuncia; es mi venganza; otra
cosa que me ocurre es que cuando veo gente famosa anunciando algo, sólo de
pensar que han aceptado hacerlo por dinero, que se han vendido, y nos quieren
convencer de las maravillas de cualquier producto muchas veces deleznable, hace
que mi rechazo al producto y al anunciante sean iguales; menos mal que gente
conocida del mundo de la cultura, de la ciencia, a los que admiramos, son
íntegros y si acaso, anuncian, pero raramente, alguna ONG, lo cual es distinto,
porque no lo hacen por dinero, sino como un servicio a la sociedad.
Han transcurrido más de treinta años desde que yo tengo televisión y a
estas alturas, reflexionando, aún no sé si el balance ha sido positivo o
negativo; no podría decir si el invento nos ha perjudicado o nos ha
beneficiado.
La televisión podría ser el vehículo más apropiado para educar, formar y
cultivar a la gente, pero por desgracia, es manejada abusivamente por los
Gobiernos - sobre todo por los últimos - que aplican una “pedagogía” contraria
a la que debiera ser. Según se van maleando los Gobiernos, así se malea también
la televisión.
Observando la que padecemos actualmente, siento verdadera nostalgia por
programas de hace mucho tiempo, cuando aún en televisión había espacios de
libertad, cuando las cadenas no estaban maniatadas – o al menos, tan maniatadas
– por el poder político como ocurre ahora. Recuerdo espacios como Fila 1, La Clave, Mirar un cuadro,
Estudio 1, La aventura del saber, etc. Estaban pensados para difundir la
cultura. También recuerdo series dignísimas, como La Regenta o Los gozos y las
sombras, comparables a las que nos llegaban de Inglaterra, hechas con
verdadera rigurosidad.
¿Qué queda de aquella televisión? Enseñaba a la gente a pensar, cosa
peligrosa, porque el que piensa se vuelve crítico y eso hay que desecharlo.
Ahora se procura alienar, embrutecer y atontar al personal a base de programas
de bajísima calidad: series muy mediocres, tertulias de gente gritona donde se
pone de relieve sobre todo la mala educación de los tertulianos, juegos donde
el dios dinero planea sobre nuestras cabezas, noticias manipuladas, y sobre
todo... fútbol, mucho, muchísimo fútbol, que es el nuevo “opio del pueblo”; en
cadenas de radio y televisión está todo saturado de fútbol; es necesario llenar
la cabeza de las gentes con los maravillosos goles, mil veces repetidos y
vistos desde todas las perspectivas; hay que mostrar la destreza, la gracia de
los pases, la belleza varonil de los jugadores-estrella para convencernos de
que se merecen esas cantidades de dinero verdaderamente escandalosas e
insultantes en un país que ha empezado a pasar hambre; hay que organizar
eventos y competiciones para adornarlos con la presencia de la familia real,
porque importa mucho que no olvidemos que la Corona es la Institución más
importante de este país.
Hace unos días, el 2 de junio, se produjo un acontecimiento: el Rey
abdicó a favor de su hijo. Para qué decir cómo la televisión se ha puesto a los
pies de la familia real. Cómo está todos los días difundiendo las maravillas de
D. Juan Carlos I; todas las cadenas babean alrededor de su figura; nos muestran
la sintonía que, de repente, existe entre el PP y el PSOE, que se piropean y
que rivalizan exaltando la figura providencial de este Rey. ¿Y qué decir de su
hijo, el futuro Felipe VI? Hemos oído una y mil veces que va a ser el más
joven, el más preparado, el más alto, el más guapo y el más simpático de todos
los reyes europeos (¡ah!, además sabe inglés). ¿Qué más se puede pedir? (que
aprenda el Presidente de Uruguay, José Mujica que, además de mostrarse
continuamente descamisado, es feo, viejo, achaparrado y barrigudo; para más
“inri”, en vez de vivir en el gran palacio que tienen los Presidentes de ese
país, lo hace en una modesta casa de campo, con techo de uralita; un
impresentable, en fin). El mismo día de la abdicación, se producen en toda
España manifestaciones en favor de la República, que la televisión las mostró a
regañadientes; esto es secundario. Ahora hay que mostrar a la pareja de futuros
reyes muy sonrientes, muy afables, muy cercanos. Dª Leticia, que últimamente
mostraba un gesto bastante adusto, ha vuelto a sonreír. ¡Cómo nos alegramos! Y
la reina Dª Sofía está exultante porque al fin va a conseguir lo que tanto
deseaba: ver a su hijo en el trono.
Sin embargo, una pequeña anécdota sobre el aún Príncipe, ha sembrado una
duda en mí sobre su verdadero talante; es ésta: hace tres años, en Pamplona, mientras D. Felipe saludaba a la gente junto
al entonces Presidente del Gobierno de Navarra y varias señoras mayores le
gritaban “¡guapo!”, una joven le dijo: “¿Por qué no permite un referéndum para
saber la opinión de la gente sobre si quieren República o Monarquía?” El
Príncipe entabló con ella un pequeño diálogo que zanjó con esta frase: “Y desde
luego has conseguido un minuto de gloria”. ¿No os parece que en esta
contestación hay bastante de arrogancia y poco de cercanía?
¿Qué cambiará en televisión con el nuevo Monarca? Me temo que nada.
Quizás nos den noticias tan trascendentales como las luchas entre los grandes
modistos por cuál será el elegido para el vestuario de la nueva Reina (de
hecho, ya los hay para quién confecciona el vestido de gran gala de la
Coronación); las infantas, que ahora pasarán a ser princesas, también
necesitarán una vestimenta apropiada.
La verdad es que no esperamos ningún cambio - al menos a mejor –
mientras siga este Gobierno. Nuestra esperanza está en esos movimientos renovadores
que cada vez son más numerosos y más fuertes; hay mucho descontento; ojalá
lleguen aires nuevos y transformadores a la televisión y podamos ver programas
interesantes y libres de manipulación.