domingo, 29 de junio de 2014

Año 2053

Autor: Antonio Cobos


Hacía más de veinte años que salió la normativa que obligaba a colocar pantallas de televisión interactiva en todas las habitaciones de las nuevas construcciones. En las viviendas antiguas, se subvencionó el cien por cien de los gastos de instalación de las pantallas interactivas, que comenzaron a colocarse prioritariamente en las casas de las personas mayores que vivían solas, aduciéndose razones de urgencia en posibles casos de necesidades médicas. También se adujeron cuestiones de observación y control a distancia, de vigilancia y de seguridad cuando estábamos fuera de nuestro hogar, e incluso el acceso a distancia nos podría servir simplemente para mostrar a los amigos la nueva mesa recién comprada. Se destacó la facilidad de información para saber en cualquier momento lo que estaba sucediendo en cualquier parte del mundo en directo, independientemente de la habitación en la que estuviéramos de nuestra vivienda, también era un canal de comunicación de las autoridades con miembros individuales de la sociedad y al revés, nosotros resolvíamos trámites administrativos desde nuestra propia casa. A todas éstas ventajas se añadía un largo etcétera de razones positivas.
 
No se mencionaron razones negativas y se acallaron las voces de los que se manifestaron en contra del progreso comunicativo global, pero ahora, a mitad de siglo XXI, nos damos cuenta de lo que nunca nos dijeron: estamos constantemente vigilados y algunos ciudadanos especialmente díscolos desaparecen sin dejar rastro alguno. No nos dijeron que las cámaras incorporadas en las pantallas podrían ser controladas por las autoridades. Creíamos que sólo podrían hacerlo con mandamientos judiciales, ante claros y evidentes indicios de delito. No es así, estábamos equivocados. Vamos siendo conscientes de que informaciones que considerábamos íntimas, están en manos de las autoridades y, a veces, en manos de grupos económicos, que nos ofertan consumos acordes a nuestras necesidades o gustos.
 
La sensación de ser una rueda dentada de un mecanismo automático, que creíamos que se movía sólo, la vamos sustituyendo por la sensación de ser una pieza mecánica de un movimiento provocado, lleno de intereses ocultos. ¿Cómo podré escribir mis reflexiones, sin riesgos, en este blog si tengo el ordenador intervenido?¿Cómo podré debatir libremente con los amigos en mi casa si escuchan lo que hablamos y ven lo que hacemos? ¿Qué es el progreso respecto a este aparato, la televisión, que surgió a mediados del siglo XX y controla y domina nuestras vidas a mediados del siglo XXI?


sábado, 28 de junio de 2014

El aparato de producir infelices

Autora: Elena Casanova
 
Echada en el sofá y con la televisión encendida, Irene apenas logra mantener los ojos abiertos  y el sueño la va atrapando lentamente. De una esquina de la pantalla salen unos hombrecillos cargados de objetos insistiendo en lo mismo: “¡tienes que cuidarte, tienes que cuídate!”. Irene siente cierto cosquilleo entre sus labios cuando, frente a su cara,  descubre a  dos de aquellos individuos, vestidos de un blanco impecable, que se empeñan en introducirle en la boca un cepillo de dientes. “¡Tienes que cuidarte, tienes que cuidarte!” repiten una y otra vez.
Apenas consigue apartarlos cuando del otro extremo del sofá aparece otro personajillo con unos tarros repletos de pastillas pregonando sus propiedades: “con la roja, tu pelo lucirá fuerte, la amarilla logrará que tus uñas brillen como la luna, y para esos michelines descomunales, rugosos y fofos, qué mejor que dos de estas verdes, una por la mañana y otra antes de dormir”. “¡Tienes que cuidarte, tienes que cuidarte!” repiquetea en su cabeza.
Antes de que  pueda darse la vuelta, la cara de Irene ha sido embadurnada  por un tipejo  calvo y de cara redonda que le explica las ventajas del maravilloso potingue: “ face sculptor tratamiento efecto ligting remodelator revolution. Esta maravillosa crema combina una mayor concentración de Pitera ingrediente natural que ayuda a restablecer el proceso de la renovación  de la piel, con una poderosa fusión de extractos vegetales, vitaminas, minerales y tres péptidos”. A continuación  extiende otra pócima alrededor de los ojos, enriquecida con una buena dosis de ácido hyaluronico, elastapol, oleo-amido y algunos cuantos componentes más,  imposibles de  descifrar. “¡Tienes que cuidarte, tienes que cuídate!”
Cuando la piel de Irene se ha librado de estas sustancias viscosas, siente que el pelo de una brocha le esparce una base de maquillaje al mismo tiempo que le insisten en la necesidad de mostrar una piel nueva, suave, natural, radiante, joven, luminosa, firme y sana. Luego, unos toques de rímel de tecnología superior  y fórmulas innovadoras sirven para alargar, dar volumen, espesor hasta conseguir un estilo dramático. “¡Tienes que cuidarte, tienes que cuídate!” insisten.
Y  mientras todos estos hombrecillos embadurnan, acicalan, embellecen, adelgazan, alisan, iluminan… desfilan por la pantalla  decenas de productos que elevan la autoestima; decenas de productos necesarios, imprescindibles; decenas de productos para hacerte dichoso, para sentirte satisfecho y encantado; decenas de productos...
 ¡Menudo aparato sensiblero, manipulativo,  sectario, morboso! ¡Qué mejor instrumento para  engendrar consumistas y producir infelices!

Mi abuela y la televisión

Autora: Carmen Sánchez
 
― Eso es una patraña- dijo mi abuela rotunda.

En casa, como en el resto del mundo, aquel 22 de julio de 1969, no había nada mejor que, ver por televisión, la llegada del hombre a la Luna. Estas imágenes fueron las causantes de que mi abuela, siendo una mujer prudente y cuyos ojos habían visto demasiadas cosas, expresara su opinión de forma tan categórica, y por más que su hijo, mi padre, intentara convencerla que aquello estaba ocurriendo de verdad, ella nunca lo aceptó.

Mi familia vivía en un barrio obrero, que había crecido vertiginosamente, por el abandono del medio rural, en el que la modernidad llegó de la mano de la televisión. La economía estaba cambiando y la prosperidad asomaba a nuestras vidas. Circunstancia que aprovecharon los bancos para introducir el pago a plazos, lo que motivó que hasta el hogar más humilde pudiera comprar uno. Fue así como llegó a casa el ansiado aparato, porque además,  tener uno era señal de “distinción”.

Mi padre presumía contando el último partido de la Liga, exagerando los detalles de una falta o el penalti decisivo del encuentro, ante aquel otro vecino que aún no era afortunado. Mi madre por su parte, se emocionaba cuando la representante española participaba en Eurovisión, o sufría durante la retransmisión de una corrida de toros y el diestro recibía una cogida. Mi hermana descubría la minifalda y seguía los  patrones caprichosos de la moda del momento, mientras que mi hermano jugaba a indios y vaqueros inspirado en “Bonanza” y otras series americanas. Por mi parte, y siendo la más pequeña, no consentía irme a dormir hasta que la familia “Telerín” no me enviaba a la cama.

Sin darnos cuenta, la programación televisiva organizaba nuestra vida y relajaba nuestra mente. Ante tamaño descubrimiento, la publicidad invadió nuestros deseos, y así, nos tomábamos una coca-cola porque era “la chispa de la vida”, o determinado coñac, porque era “cosa de hombres”. Algunos artículos se hicieron imprescindibles y nos convencieron de que era imposible vivir sin ellos. De este modo, para que las familias fueran felices necesitaban comprar un coche. Los hombres debían fumar una marca de cigarros, las mujeres usar determinado producto para que las amigas las envidiaran y los niños pedían aquel juguete que prometía la diversión absoluta.

Es cierto que también había documentales, programas culturales o de divulgación, pero sometidos a un estricto control de la censura que limitaba los temas a desarrollar.

Nuestras opiniones estaban delimitadas por las noticias que interesaban que viéramos,  por ende,  lo que no salía en televisión no existía.  El eco de las calles,  las manifestaciones   pro-amnistía o las represiones estudiantiles eran algo muy lejano, casi ajeno.

Ha pasado mucho tiempo,  transcurre el año 2014.  Pongo la televisión y veo al político de turno afirmar que  España está saliendo de la crisis y, pienso: “Qué sabia era mi abuela”.

Ovejos, ovejas y cabrones

Autor: Antonio Pérez
 
Todas esas cosas de la vida que imaginamos tanto buenas como malas, esas cosas que nos hacen mejorar como personas o sacar lo más malo de nosotros, todas esas cosas a la que nuestra mente humana es capaz de retener a lo largo de su periocidad caduca, las que nos convierte en humanos, o nos saca lo más básico de nosotros ese instinto animal, o casi nos convierte en autómatas, androides e incluso armas de destrucción masiva.
Es como estar en una sala oscura sin ver nada y de repente ver las ideas, como colores, múltiples colores como fideos largos envolviéndonos y retorciéndose entre sí, jugando alrededor nuestro e iluminando esa estancia oscura con tal cantidad de información, que en sí es como un ordenador procesando con el código binario; aunque nuestras neuronas, nuestra sistema medular y nerviosa funciona aún muy desconocidamente por los expertos en este campo, aunque eso sí; asegurando que ésta nuestra mente es muy superior a cualquier mejor ordenador que hay en este cualquiera, mundo.
Así es casi como nos sentimos cuando nos “ennortamos” en la caja tonta, o en el cine o en la pantalla del ordenador, desconectamos toda la visión periférica concentrándonos en esa pantalla de luz y color, recibiendo cada mota de información visual y sonora como un dolby sub-round, envolvente y casi maquiavélico, hipnotizador. Yo casi lo comparo como pasaba en la antigua roma con los juegos de gladiadores, dónde se entretenia a la gente, dónde se amaestraba a la gente, dónde se engañaba a la gente, comprándola, poseyendo su voluntad.
Esto mismo es lo que para mí, significa hoy en día la tele, una herramienta de engaño, de comecocos lo que permite al gobierno, gobernar. Ahora los monjes, curas, sacerdotes, han dejado su función de titiriteros pasándolo a todos y cuantos payasos y no de comedia, que salen en la tele poseyendo las conciencias, amansando y llevando al mejor pasto a todo ese ganado. ¡Ay que ver, ya hasta lo de llevar a pastar el ganado se ha digitalizado!  ¿Para cuando la biblia en formato Digital? No creo que tarde mucho, pero mira ahora que lo dices, quizás sea una salida comercial, ahora que están de moda los smartphones crear una aplicación de la biblia, es una buena idea, aunque ahora cambiara un poco el texto, por ejemplo en el padre nuestro podría ser algo así….
“Rajoy nuestro que estás en el gobierno, santificado sea tu nombre. Hágase tu voluntad ya sea en Madrid o en Andalucía y quítanos el pan de hoy y de cada día, y no protejas a tu pueblo, ya que éste no puede vengarse esta esclavizado.”
Realmente esto es para mí cada caja sonora y visora, una forma de extender la palabra del político, del ladrón, del corrupto, de ese ente superior que nos maneja a su antojo. Dios…
Quién sabe, quizás estemos realmente engañados desde siglos y milenios, cuando en tiempos de la creación, dónde el mal consiguió vencer al bien, y dónde Satanás está recluido en el Edén marchitando y envenenando todo lo que allí se cría… quiero decir, lo que se crió.
Abramos la mente y combatamos a la caja tonta, con ríos de tinta y sábanas de hojas blancas o verdes, rojas de lucha. Combatamos a la caja tonta, con poesías de destrucción masiva, con metralletas de rimas y encabalgamientos y quizás como cóctel molotov, Antonio Gala y Rafael Alberti que seguro que por simpatía a todos espantan.

 

martes, 17 de junio de 2014

¿Qué pensar de la televisión?

Autora: Pilar Sanjuán Nájera


Recuerdo que cuando en mi casa entró el primer televisor, por cierto con bastante retraso en comparación con otros hogares, estuve un tiempo como aturdida; lo tenía que apagar con frecuencia porque me era difícil soportar el bombardeo de los anuncios, que era infernal, o a mí me lo parecía (había personas que los disfrutaban diciendo que era lo mejor de la televisión). Mi cabeza parecía que iba a estallar; esa intromisión en mi mundo, de otro tan avasallador, sin apenas dar tregua en su machaqueo, me parecía insoportable; yo no estaba preparada para recibir lo que se colaba por la pequeña pantalla sin pedir permiso, de manera tan abusiva; le cogí aversión, pero mis hijos, entonces pequeños, se entusiasmaron con el invento y me tuve que rendir, aceptando de mala gana que el televisor ocupara el mejor sitio en la sala de estar (entonces aún no se le llamaba salón).

Pasó el tiempo y como la capacidad del ser humano para adaptarse a todo es ilimitada, me fui acostumbrando a la nueva compañía; pero jamás he podido soportar los anuncios; es tal el rechazo y la aversión que siento por ellos, que tengo por norma no comprar nada de lo que se anuncia; es mi venganza; otra cosa que me ocurre es que cuando veo gente famosa anunciando algo, sólo de pensar que han aceptado hacerlo por dinero, que se han vendido, y nos quieren convencer de las maravillas de cualquier producto muchas veces deleznable, hace que mi rechazo al producto y al anunciante sean iguales; menos mal que gente conocida del mundo de la cultura, de la ciencia, a los que admiramos, son íntegros y si acaso, anuncian, pero raramente, alguna ONG, lo cual es distinto, porque no lo hacen por dinero, sino como un servicio a la sociedad.

Han transcurrido más de treinta años desde que yo tengo televisión y a estas alturas, reflexionando, aún no sé si el balance ha sido positivo o negativo; no podría decir si el invento nos ha perjudicado o nos ha beneficiado.

La televisión podría ser el vehículo más apropiado para educar, formar y cultivar a la gente, pero por desgracia, es manejada abusivamente por los Gobiernos - sobre todo por los últimos - que aplican una “pedagogía” contraria a la que debiera ser. Según se van maleando los Gobiernos, así se malea también la televisión.

Observando la que padecemos actualmente, siento verdadera nostalgia por programas de hace mucho tiempo, cuando aún en televisión había espacios de libertad, cuando las cadenas no estaban maniatadas – o al menos, tan maniatadas – por el poder político como ocurre ahora. Recuerdo espacios como Fila 1, La Clave, Mirar un cuadro, Estudio 1, La aventura del saber, etc. Estaban pensados para difundir la cultura. También recuerdo series dignísimas, como La Regenta o Los gozos y las sombras, comparables a las que nos llegaban de Inglaterra, hechas con verdadera rigurosidad.

¿Qué queda de aquella televisión? Enseñaba a la gente a pensar, cosa peligrosa, porque el que piensa se vuelve crítico y eso hay que desecharlo. Ahora se procura alienar, embrutecer y atontar al personal a base de programas de bajísima calidad: series muy mediocres, tertulias de gente gritona donde se pone de relieve sobre todo la mala educación de los tertulianos, juegos donde el dios dinero planea sobre nuestras cabezas, noticias manipuladas, y sobre todo... fútbol, mucho, muchísimo fútbol, que es el nuevo “opio del pueblo”; en cadenas de radio y televisión está todo saturado de fútbol; es necesario llenar la cabeza de las gentes con los maravillosos goles, mil veces repetidos y vistos desde todas las perspectivas; hay que mostrar la destreza, la gracia de los pases, la belleza varonil de los jugadores-estrella para convencernos de que se merecen esas cantidades de dinero verdaderamente escandalosas e insultantes en un país que ha empezado a pasar hambre; hay que organizar eventos y competiciones para adornarlos con la presencia de la familia real, porque importa mucho que no olvidemos que la Corona es la Institución más importante de este país.

Hace unos días, el 2 de junio, se produjo un acontecimiento: el Rey abdicó a favor de su hijo. Para qué decir cómo la televisión se ha puesto a los pies de la familia real. Cómo está todos los días difundiendo las maravillas de D. Juan Carlos I; todas las cadenas babean alrededor de su figura; nos muestran la sintonía que, de repente, existe entre el PP y el PSOE, que se piropean y que rivalizan exaltando la figura providencial de este Rey. ¿Y qué decir de su hijo, el futuro Felipe VI? Hemos oído una y mil veces que va a ser el más joven, el más preparado, el más alto, el más guapo y el más simpático de todos los reyes europeos (¡ah!, además sabe inglés). ¿Qué más se puede pedir? (que aprenda el Presidente de Uruguay, José Mujica que, además de mostrarse continuamente descamisado, es feo, viejo, achaparrado y barrigudo; para más “inri”, en vez de vivir en el gran palacio que tienen los Presidentes de ese país, lo hace en una modesta casa de campo, con techo de uralita; un impresentable, en fin). El mismo día de la abdicación, se producen en toda España manifestaciones en favor de la República, que la televisión las mostró a regañadientes; esto es secundario. Ahora hay que mostrar a la pareja de futuros reyes muy sonrientes, muy afables, muy cercanos. Dª Leticia, que últimamente mostraba un gesto bastante adusto, ha vuelto a sonreír. ¡Cómo nos alegramos! Y la reina Dª Sofía está exultante porque al fin va a conseguir lo que tanto deseaba: ver a su hijo en el trono.

Sin embargo, una pequeña anécdota sobre el aún Príncipe, ha sembrado una duda en mí sobre su verdadero talante; es ésta: hace tres años, en Pamplona,  mientras D. Felipe saludaba a la gente junto al entonces Presidente del Gobierno de Navarra y varias señoras mayores le gritaban “¡guapo!”, una joven le dijo: “¿Por qué no permite un referéndum para saber la opinión de la gente sobre si quieren República o Monarquía?” El Príncipe entabló con ella un pequeño diálogo que zanjó con esta frase: “Y desde luego has conseguido un minuto de gloria”. ¿No os parece que en esta contestación hay bastante de arrogancia y poco de cercanía?

¿Qué cambiará en televisión con el nuevo Monarca? Me temo que nada. Quizás nos den noticias tan trascendentales como las luchas entre los grandes modistos por cuál será el elegido para el vestuario de la nueva Reina (de hecho, ya los hay para quién confecciona el vestido de gran gala de la Coronación); las infantas, que ahora pasarán a ser princesas, también necesitarán una vestimenta apropiada.

La verdad es que no esperamos ningún cambio - al menos a mejor – mientras siga este Gobierno. Nuestra esperanza está en esos movimientos renovadores que cada vez son más numerosos y más fuertes; hay mucho descontento; ojalá lleguen aires nuevos y transformadores a la televisión y podamos ver programas interesantes y libres de manipulación.

La televisión

Autora: Amalia Conde


El invento de la televisión ha sido lo mejor que han podido sacar para todo el mundo, pero sobre todo para las personas mayores que ya no pueden salir a la calle para distraerse.  
 
Hay programas para todos los gustos: Para quien le guste madrugar y para los que prefieran trasnochar. También hay programas muy simpáticos dedicados a los menores con los que se lo pasan muy bien menores y mayores. 
 
Asimismo tenemos los más mayores, un gran programa dedicado a que nos busquen novio, o pareja, y está haciendo la vida más más llevadera a muchísimas personas que no pueden vivir en soledad.  
 
El programa es bueno y está muy bien dirigido, pero creo que todo se debe al presentador, porque no es nada fácil tratar con personas tan mayores y hacerlo con respeto y gracia. 
 
Por supuesto que hay varias cosas en televisión que no me hacen mucha gracia, pero es porque no los entiendo; como los programas de política, cuando en una tertulia quieren hablar todos al mismo tiempo, y yo, que apenas si oigo, no me entero de nada, entonces le quito la voz a la tele y empiezo a decirle a todos los que están debatiendo lo que me da la gana, ¡los pongo de vuelta y media!, y no me molesta nadie, ni me hacen callar. 
 
Otra de las cosas que me gustan en televisión son las películas de amor, pero las antiguas, porque salían unos actores ¡tan guapos!, y tan bien hechos, que te quitaban el sueño.  
 
No recuerdo los nombres, pero con, o sin nombre, estaban para comérselos, y hacían tan bien hecho el papel de enamorados, que te ayudaban a enamorarte, ¡y eso que no había la libertad que hay ahora!, pero te animabas a imitarlos. 
 
Las películas de amores de ahora se dedican todas a lo mismoo se matan a palos, o a desbaratar camas.