miércoles, 16 de enero de 2013

Doce campanadas

Autor: Antonio Cobos


Tirabuzones de colores brillantes serpentean entre las ramas del enorme y artificial abeto navideño. Luces intermitentes guiñan sus ojos parpadeantes, entre las agujas verdosas de sus hojas de plástico y una profusión de figuritas diversas, bolas reflectantes y adornos varios sobrecargan ese elemento nórdico que anuncia a propios y extraños, a través de las ventanas, que la Navidad es celebrada en la casa grande de la colina.

Una mesa preparada para varios comensales se halla dispuesta y adornada en el centro de una habitación profusamente iluminada. En una mesa auxiliar, están en orden riguroso, la sopera, el pavo trufado, una amalgama de trozos de frutas peladas variadas, doce uvas sin piel y una botellita de cava. También hay unos dulces y turrones.

Un hombre está sentado a la mesa. Es un adulto entrado en años, con chaqueta oscura y corbata azul con motitas rojas. Ya se ha tomado la sopa, el pavo y la macedonia de frutas. Se levanta, se aproxima a la mesita auxiliar, coge las doce uvas y la botella pequeña de cava. Las coloca en su lado de la mesa. Mira el reloj, se acerca al fuego, lo atiza y vuelve a sentarse.

Abre el cava, y mira al gran reloj de pared. Unos instantes más tarde comienzan las doce campanadas. Toma sus uvas. Y tras hacerlo, brinda consigo mismo para seguir aumentando sus beneficios en los mercados.

No hay nadie más en la casa. No se oye nada en la calle. Nieva.

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