Autora: Elena Casanova Dengra
― ¡No, no es posible! ¿Qué me
estás diciendo?
― Lo que oyes, Mari Trini, que
los primos del pueblo se quedan a cenar con nosotros.
― Venga hermana ―respondió Mari
Trini mientras medía la distancia entre las copas y los platos dispuestos en
una larga mesa― hoy no es el día de los inocentes.
― Papá ha insistido para que
se queden a cenar, convenciéndolos de lo peligroso que es volverse al pueblo
después de la nieve que ha caído.
― Y el viejo este, no podía
haberse callado la boca y morirse de una vez. No sé a qué espera. Lleva cinco
meses en la cama pero no tiene prisa por marcharse. A esa que lo atiende se le
está quedando cara de acelga por estar tanto tiempo encerrada entre las cuatro
paredes de su dormitorio atendiéndolo día y noche.
― ¡Mari Trini! ― le reprobó Pepita―
¡no hables tan fuerte que te van a oír las chicas del servicio!
― Me importa una mierda lo que
piensen ese par de papagayos chismosos.
Mari Trini, con una agitación
frenética, removió platos, copas y
cubiertos sobre la mesa hasta conseguir un hueco para dos comensales más.
― Y ahora Pepita- la cara de Mari Trini lucía tan roja como los pimientos de piquillo- al lado de quién siento yo a estos dos campesinos
que huelen a vacas y estiércol. ¿De Javier? ¿De Elvira? Por dios dejaríamos
cerrada para siempre la puerta a sus excelentes y privilegiados contactos. De qué van a hablar
estos dos desmayados con un senador y
una diputada, ¡oh señor!
― Pero Mari Trini, son
socialistas y ellos entienden de clase obrera ―declaró con una mueca
entusiasta la hermana.
― ¡Calla Pepita y no seas
absurda! Socialistas, socialistas… esos ya no existen. Son personas con una
clase y no se merecen estar con el vulgo en una noche tan importante y en mi
casa. ¡Ay! ¿Qué vamos a hacer?
― Y con el obispo, él y la
iglesia, la iglesia y los pobres…
― ¿Con el obispo? Ese se pasa
media noche catando y disfrutando nuestros
vinos para pasar a recitar en estado casi místico todas las virtudes de los
líquidos que han ido deslizándose por su
esófago. Que si el aroma complejo y elegante, que si en la boca es cálido y goloso, de equilibrada
acidez con notas balsámicas de madera
perfectamente integradas en el conjunto del vino… ¿Tú crees que este par de catetos
se van a enterar de algo?
― Estoy pensando en Rafaela y
Antonio, están sordos como tapias y no se van a enterar de nada de lo que se
diga en toda la noche.
― ¿Tú estás loca o chiflada?
Rafaela es la señora más elegante de esta ciudad y él, todo un intelectual, por
poco que oigan esos dos… Están también
las fotos. ¡Qué horror! ―Mari Trini se echó sus manos a la cara cubriéndose los
ojos y negando categóricamente con la cabeza. ― ¡No, no, no! No puede ser,
mañana seremos el hazmerreír de todos nuestros amigos y conocidos.
Pepita la miraba con cara de
asombro y no sabía muy bien cómo reaccionar ante estos pequeños ataques de ira
de su hermana, solo se atrevió a balbucear un «qué pasa».
― ¿Qué pasa, qué pasa…? Marita,
Carmen, Desi… y tantas otras. Mañana estaré en boca de todas esas zorras diviertiéndose a mi costa y colgada en las
redes sociales dando vueltas como una peonza, imagínate.
― ¿Por qué…?
― Las fotos, las malditas fotos.
Tus sobrinas y todos los demás se pasarán media noche con los móviles haciendo
un reportaje pormenorizado de todos los detalles de la cena. ¡Dios mío, papá,
hasta el día que te mueras vas a estar dando quebraderos de cabeza a tu
familia! Me he pasado casi un mes preparando esta cena para que a última hora me
encuentre con este par de marrones.
― Hermana, ¿Te has fijado en el vestido
de la prima?
― Cómo no me iba a fijar en la vulgaridad
de ese trapo, en los zapatos de mercadillo y su pelo escardado que apesta a
laca barata. Para no fijarse…
― ¿Y en el color de los
calcetines de él? ― aulló casi divertida Pepita al recordar el contraste entre el
blanco inmaculado de sus calcetines y el marrón oscuro de sus zapatos.
― Hay que hacer algo y pronto.
Llama rápidamente a Lucia, que venga con todos sus útiles de costura y haga
algún milagro con alguno de nuestros vestidos para ella y con un traje de
chaqueta de papá para él. No voy a permitir tener a dos ordinarios con pinta de
cazurros en mi mesa. Y llama a Carmen, la peluquera. Si alguna de ellas pone
pegas las amenazas con quitarles los alquileres y clientes de sus negocios. Pondremos
a los primos a nuestro lado en la mesa y seremos nosotras quienes nos
sacrifiquemos, qué le vamos a hacer. ¡Maldito papá, maldito!
En ese momento se oyeron voces y
pisadas nerviosas que procedían del piso de arriba. Luisa, la médica, había
venido a reconocer al enfermo, bajó deprisa las escaleras y presentándose en el
comedor les dijo que su padre acababa de fallecer.
Mari Trini y Pepita se miraron
con cierta perplejidad y, aunque era una noticia que esperaban hacía tiempo, no
creían que sucediera el día de nochebuena. Despidiendo con celeridad a la
médica y antes de tomar cualquier iniciativa, cogieron sus teléfonos móviles
para avisar a su media docena de invitados de la cancelación de la cena por la inoportuna
y tristísima muerte del padre. Cuando apagó su móvil, Mari Trini, lentamente y con una intensa paz
en el alma, abandonó el comedor pensando:
“te has portado papá, por una vez en tu vida, te has portado”
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