Ebrios de capital, sentados en sus tronos metálicos, transpuestos,
sueñan que viven originales y extravagantes vidas, mientras que solo viven lo
que sueñan. Fríos, como las fundas inoxidables de sus almas, captan imágenes
azules y grises a través de las antenas de sus cascos y se sacuden en movimientos
espasmódicos regulares, acordes a la tarifa contratada. Es la última exquisitez
de moda, a la que solo tienen acceso los más privilegiados, los más ricos, los
más excelsos miembros de la sociedad. Por un fin de semana con diez sesiones de
placer se pagan sumas astronómicas y solo se pueden inscribir en estas selectas
sociedades, aquellos nuevos miembros que sean presentados por un socio añejo.
Mientras tanto, en el mundo banal y cotidiano, los de siempre, los
que trabajan en las empresas y fábricas de los sofisticados, los vulgares
ciudadanos de toda la vida se han de conformar con lo que han hecho sus padres
y sus ancestros: salir a respirar a la montaña, bañarse en una playa, reunir a
los amigos en torno a una jarra de cerveza artesanal, leer en papel una obra de
antiguos literatos, admirar una película con buena compañía
o cerrar los ojos y escuchar una música a través de los poros de la piel. Total
fruslerías de gente con escasez de medios, diversiones de pobres.
La propaganda les irá inoculando un virus con el deseo de acceder
a las clases superiores. Solo tendrán que vivir para el trabajo, aceptarlo todo
sin cuestionar nada, hacer callar y denunciar al disidente, elogiar a los
líderes e imitar sus acciones y deseos. Solo tendrán que acumular y consumir lo
que le ofrezcan, sin experimentar sentimiento alguno de culpa, sin plantearse
nada y sin saber siquiera si el planeta se agota o si en algunas ciudades
productoras o en algunas otras partes atrasadas del mundo escasean la sanidad y
el alimento. La vida consistirá en lo que le oferten y los sueños serán los que
les digan.
¿Quiénes son los pobres?
¿Quiénes son los pobres?
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