Autor: Antonio Cobos
Los
duendes nacen con conciencia de existir. Cuando vienen a habitar entre
nosotros, ya saben pensar, hablar, andar, correr, comer solos y llegan al mundo
preparados para cuidarse a sí mismos. Algunos geniecillos, a pesar de que no
son muy adictos al agua, incluso se bañan solos. También les desagrada a estos
seres campestres cambiar de lugar de residencia con frecuencia.
Nuestro
pequeño duende se crió casi de forma autónoma, como si se tratara de un hijo
único. Sus hermanos habían celebrado ya decenas de aniversarios y sus padres
eran varias veces centenarios, cuando apareció en una cestita de mimbre junto
al tronco de dormir de sus progenitores. Éstos, ya algo mayores, recibieron el
presente con sorpresa y alegría y, dadas las fechas de bosques blancos e
inmaculados, lo consideraron como un gran regalo de reyes. Le pusieron por
nombre Puck, igual que un antiguo y famoso duende. Durante las primeras
jornadas, la familia no se apartaba del diminuto duendecillo ni un solo segundo
y le atendían minuto a minuto y hora tras hora. Sus hermanos, entre abundantes
risas, discutían sobre a quién le tocaría el primer turno para llevárselo un
ratito a casa. Sí, se reían cuando disputaban, otra extraña curiosidad de estas
insólitas criaturas. Pero, como suele suceder con casi todos los juguetes
novedosos, una vez pasada la primicia de los días iniciales, todos dejaron de
prestar atención al duendecillo y cada uno regresó a sus rutinas cotidianas.
Los
duendes dejan de ser pequeños en seguida, y por eso, para alargar su niñez,
suelen llevarse bastante bien con las criaturas jóvenes, sintiéndose
especialmente atraídos por los pequeños humanos. Una vez realizadas todas las
obligaciones diarias, nuestro duende amigo disfrutaba de gran cantidad de
tiempo libre y le gustaba acercarse al mundo de los niños. A veces, se
disfrazaba de ramita y los pequeños lo cogían y jugaban con él, a veces se convertía
en un canto rodado y los zagales lo lanzaban a lo lejos con todas sus fuerzas
y, en otras ocasiones, se transformaba en pajarito y comía miguitas en las
palmas de las manos de los más mocosos. A Puck le gustaba estar cerca de los
jovenzuelos y así paliaba el hecho de no tener ningún hermanito de su edad.
¿Habéis visto alguna vez un palito con una forma rara, o una piedra muy lisa o
redondeada o algún pajarito que se acerca a comerse las migajas que se os caen?
Fijaos bien en la próxima ocasión, pues acaso pueda tratarse de nuestro amigo
el duende.
A
lo largo de los años, Puck se convirtió en un duende alegre y divertido. A
veces su comportamiento, sus travesuras, diríamos mejor, rayaban en el mal
gusto, pero sigamos hablando de los duendes en general. Se me olvidó deciros
anteriormente que los duendes tienen muy mal carácter y un pésimo humor y que
los humanos los enervamos, a veces, de una manera desmesurada. Tantos enfados
le fuimos provocando a lo largo de la historia, que en un momento determinado
decidieron dejarnos de dirigir la palabra, e incluso, se negaron a dejarse ver.
Pues
bien, nuestro juguetón y animado duende sufrió un enojo tal, cuando como
consecuencia de una basta promoción inmobiliaria le talaron su bosque por
completo, que decidió tomarse la revancha, estableciendo la justicia por su
mano . En lugar de marcharse a otros bosques remotos, alejados de los hombres,
o de transformarse en una lombriz o una piedra de jardín durante el día para
vivir sólo de noche, que fueron las opciones predominantes entre sus familiares
y amigos, optó por una idea revolucionaria: se convirtió en humano para
vengarse. Concretamente se transformó en político y convenció a otros duendes
afectados para que también se transmutaran. Y armaron tal jaleo en la
sociedad, con crisis económicas, injusticias sociales, casos de corrupción,
guerras y hambrunas, que a punto están de hacer desaparecer el género humano de
la faz de la Tierra. Y es que una gran cantidad de hombres son egoístas,
avariciosos, insolidarios, violentos y sanguinarios. Y, como es evidente
actualmente, los humanos son muy fáciles de corromper. Cuando os hable un
político, miradle con detenimiento y observad si tiene la orejas puntiagudas,
pues puede ser un duende que intente enredarnos aún más.
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