jueves, 20 de noviembre de 2014

¿Dónde están los duendes?

Autor: Antonio Cobos

Los duendes nacen con conciencia de existir. Cuando vienen a habitar entre nosotros, ya saben pensar, hablar, andar, correr, comer solos y llegan al mundo preparados para cuidarse a sí mismos. Algunos geniecillos, a pesar de que no son muy adictos al agua, incluso se bañan solos. También les desagrada a estos seres campestres cambiar de lugar de residencia con frecuencia.

Nuestro pequeño duende se crió casi de forma autónoma, como si se tratara de un hijo único. Sus hermanos habían celebrado ya decenas de aniversarios y sus padres eran varias veces centenarios, cuando apareció en una cestita de mimbre junto al tronco de dormir de sus progenitores. Éstos, ya algo mayores, recibieron el presente con sorpresa y alegría y, dadas las fechas de bosques blancos e inmaculados, lo consideraron como un gran regalo de reyes. Le pusieron por nombre Puck, igual que un antiguo y famoso duende. Durante las primeras jornadas, la familia no se apartaba del diminuto duendecillo ni un solo segundo y le atendían minuto a minuto y hora tras hora. Sus hermanos, entre abundantes risas, discutían sobre a quién le tocaría el primer turno para llevárselo un ratito a casa. Sí, se reían cuando disputaban, otra extraña curiosidad de estas insólitas criaturas. Pero, como suele suceder con casi todos los juguetes novedosos, una vez pasada la primicia de los días iniciales, todos dejaron de prestar atención al duendecillo y cada uno regresó a sus rutinas cotidianas.

Los duendes dejan de ser pequeños en seguida, y por eso, para alargar su niñez, suelen llevarse bastante bien con las criaturas jóvenes, sintiéndose especialmente atraídos por los pequeños humanos. Una vez realizadas todas las obligaciones diarias, nuestro duende amigo disfrutaba de gran cantidad de tiempo libre y le gustaba acercarse al mundo de los niños. A veces, se disfrazaba de ramita y los pequeños lo cogían y jugaban con él, a veces se convertía en un canto rodado y los zagales lo lanzaban a lo lejos con todas sus fuerzas y, en otras ocasiones, se transformaba en pajarito y comía miguitas en las palmas de las manos de los más mocosos. A Puck le gustaba estar cerca de los jovenzuelos y así paliaba el hecho de no tener ningún hermanito de su edad. ¿Habéis visto alguna vez un palito con una forma rara, o una piedra muy lisa o redondeada o algún pajarito que se acerca a comerse las migajas que se os caen? Fijaos bien en la próxima ocasión, pues acaso pueda tratarse de nuestro amigo el duende.

A lo largo de los años, Puck se convirtió en un duende alegre y divertido. A veces su comportamiento, sus travesuras, diríamos mejor, rayaban en el mal gusto, pero sigamos hablando de los duendes en general. Se me olvidó deciros anteriormente que los duendes tienen muy mal carácter y un pésimo humor y que los humanos los enervamos, a veces, de una manera desmesurada. Tantos enfados le fuimos provocando a lo largo de la historia, que en un momento determinado decidieron dejarnos de dirigir la palabra, e incluso, se negaron a dejarse ver.


Pues bien, nuestro juguetón y animado duende sufrió un enojo tal, cuando como consecuencia de una basta promoción inmobiliaria le talaron su bosque por completo, que decidió tomarse la revancha, estableciendo la justicia por su mano . En lugar de marcharse a otros bosques remotos, alejados de los hombres, o de transformarse en una lombriz o una piedra de jardín durante el día para vivir sólo de noche, que fueron las opciones predominantes entre sus familiares y amigos, optó por una idea revolucionaria: se convirtió en humano para vengarse. Concretamente se transformó en político y convenció a otros duendes afectados para que también se transmutaran. Y armaron tal jaleo en  la sociedad, con crisis económicas, injusticias sociales, casos de corrupción, guerras y hambrunas, que a punto están de hacer desaparecer el género humano de la faz de la Tierra. Y es que una gran cantidad de hombres son egoístas, avariciosos, insolidarios, violentos y sanguinarios. Y, como es evidente actualmente, los humanos son muy fáciles de corromper. Cuando os hable un político, miradle con detenimiento y observad si tiene la orejas puntiagudas, pues puede ser un duende que intente enredarnos aún más.

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