Moreno
canoso, no muy grande de estatura y robusto como un roble de espalda ancha y
rasgos camperos. Tenía unas facciones erguidas casi de coronel. De semblante
serio, pero solo de primera impresión.
Todas
las mañanas se sentaba en su silla y mesa de siempre, casi como un ritual, allí
hacia sombra gracias al parasol que velaba por ella sobre la mesa.
Con
su tostada de ajo y aceite matutina y su café con leche muy caliente, como le gustaba
a él. Se leía desde las nueve de la mañana hasta las once sus periódicos, en
general dos, uno deportivo y otro informativo, el ABC. Después rebatiría estas
noticias con sus amigos.
Monárquico
decía llamarse, cuando conocidos y amigos suyos le llamaban facha de broma, y
el muy elegantemente les llamaba incultos independentistas, renegados de lo
nacional, solo por ideas impuestas en defensa de algo que es una irrealidad
fantasmagórica. Y aun así después todos reían a carcajadas como si de un chiste
se tratara, él, les conseguía sacar una
sonrisa en cada torcedura. Y, listo, listo como la enciclopedia Larousse,
el Wikipedia juntos. Siempre era muy razonable en sus argumentos, de semblante
serio, apaciguado, y muy discreto, respetando cada opinión contraria a la suya,
y desmontando con tanta clase y elegancia cada idea, argumento contraria a la
suya, el cual creía que era errada, ya que hasta para la derrota no tenía mal
perder, defendía a capa y espada cada idea que creía correcta y se retractaba
de cada juicio que le rebatían por estar errado, sin dificultad ni orgullo
alguno.
Era
todo un caballero, no dejaba que ninguna mujer que estuviera con él
compartiendo mesa pagara. De hecho, más de una se aprovechaba del pobre, que
por ignorancia de él, y por picardía de ella, más de un café al pecho se echó
acosta de él.
Jubilado,
pasaba todas las mañanas en el bar desayunando, y juntándose con los amigos a
media mañana con su cervecita, a pie de playa, como decía un amigo suyo, “aquí
estamos con la cervecita en la mano esperando ver alguna jovenzuela entre tanta
morroncha”.
Por
las tardes no solía venir para el restaurante, y comer pocas veces se quedaba a
comer, y más de una vez iba a pedirles
favores a las vecinas o mujeres de su amigos, ya que él estando separado, el
pobre no sabía ni poner la lavadora, y cocinarse muchas veces iba y venía en
puestos de comida para llevar o restaurantes.
Por
las noches muchas veces se quedaban los amigos a tomarse su whisky con agua
hasta tarde, contando batallitas de tantos años conociéndose. El día que no
aparecía por allí, muchos lo echaban de menos, era tal positividad y optimismo
que despertaba en la gente... Tenía un duende. Juan Antonio se llamaba, el
Barón de playa de aro.
Y es
ahí donde lo conocí, al hombre que más llegó a captar mi atención hasta
entonces, después de tantas charlas con él, llegó a confesarme...
“¿Y qué
somos las personas?, He sido empresario toda
mi vida, he sacado a dos hijos adelante, y ahora entre rentas de
alquileres y mi vejez, vivo casi como un marqués... y aun así en pleno agosto,
a 30 grados durante el día, me siento frío, a 15º incluso 18º durante las
noches y me siento helado, y aún por más que intente arroparme, solo consigo
día tras día sacar mi mejor sonrisa y esperar, solo porque eso es lo que hay
que hacer”.
Y
realmente me dio tanta pena, que me di cuenta, que el duende que tenía él, era
incapaz de hacerle efecto a él mismo, y comprendí que realmente somos débiles,
somos frágiles, evitando mostrar nuestras debilidades, incluso escudarnos, como
de una forma bipolar en totalmente a lo contrario que somos, para proteger ese
secreto, que no queremos que se sepa, que nos da vergüenza que se descubra,
como si fuese delito ser personas, no ser perfectos.
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