viernes, 30 de mayo de 2014

El abuelo no puede morir

Autora: Elena Casanova


Echó a correr  desesperadamente buscando a su madre. Se dirigió a la cocina, miró en los  dormitorios, en el cuarto de baño, hasta que por fin la encontró en el patio tendiendo unos trapos.
― Mamá, mamá… ven corriendo. El abuelo está… creo que no respira.
― ¡Ay Magda, no digas tonterías! Hace un par de  horas que se ha tomado la merienda: un vaso de leche y cinco galletas ¡ni más ni menos!
― Pero ahora está muy tieso mamá. He ido a darle un beso y no se ha movido. También  su piel… está muy fría.
― ¡Maldita sea! ― dijo la madre tirando al suelo la camisa que estaba a punto de colgar en la cuerda. ― No puede morirse todavía. Ahora no, no es el momento.

Madre e hija se dirigieron al comedor donde el abuelo yacía en su sillón de toda la vida.
― Papá, papá, ahora no. No te puedes morir todavía ― dijo la madre zarandeando el cuerpo inerte. — Magda, ve a buscar a tu padre. Está en la esquina hablando con Pepe, el cartero. Tu hermano se fue a  casa de Marta, avísale a él también. ¡Venga, venga deprisa, y no le digas a nadie lo que ha pasado!

Una vez que estuvieron todos en la casa, la madre, el padre y los dos hijos. Se sentaron alrededor de la mesa para resolver la situación en que les dejaba la ausencia del abuelo.

― ¡Ay papá! ¿Por qué nos has hecho esto? Nosotros no nos podemos permitir que mueras tan pronto ― soltó la madre con gran tristeza.
― No te preocupes Pepa― dijo el padre ― ya se nos ocurrirá algo. Hay una cosa que debe quedar clara: oficialmente el abuelo no ha muerto. Nadie notará que ya no está entre nosotros, apenas salía de casa ni para ir al médico; su salud ha sido siempre excelente.
― Pero papá, cuando mis amigas vienen a casa, siempre lo ven ahí, sentado en su sillón viendo la televisión, durmiendo o leyendo algún libro de esos que tanto le gustaban.
― Es cierto Miguel― asevera la madre. ―Y los vecinos, cuando pasan por delante de la ventana del comedor casi siempre lo saludan con la mano. Están acostumbrados a verlo, aunque solo sea a través de los cristales. ¡Ay señor, señor, que va a ser de nosotros!― suspira con enorme angustia.
― No os preocupéis, ya se nos ocurrirá algo ― vuelve a repetir el padre.

Y entre tanto, el abuelo continúa sentado en su sillón.  De no ser por  la palidez y el color céreo de la piel, se diría que escucha tranquilamente, hasta casi divertido, lo que se está hablando en esta habitación. Ya  no es solo la tonalidad de su rostro, también la incipiente rigidez evidencian que la pequeña parcela de vida que se refugiaba en su cuerpo ha desaparecido para siempre. Mientras la familia sigue discutiendo acerca de  su penosa situación,  Miguelón desaparece unos minutos y vuelve con algo entre sus manos.
 
― ¿Qué traes ahí?― le pregunta su madre.
― Es toti, mi ratón, ¿te acuerdas?
― Pero si murió hace muchos años. El abuelo quería disecarlo y yo se lo prohibí…― exclamó la madre comprendiendo que no fue así.
― Creo que tengo la solución, mamá― le dijo mientras le extendía el cadáver de toti.
― ¿Me estás diciendo que disequemos al abuelo?
― Si mamá, eso mismo. Lo dejaremos por algún tiempo en su sillón. Nuestra situación es muy jodida. Papá en paro, tú ganando una miseria fregando escaleras, y nosotros dos. La paga del abuelo sigue siendo indispensable y no podemos, por ahora, renunciar a ella, la necesitamos. Además,  el abuelo ha sido toda su vida muy práctico, él estaría de acuerdo… no hay otra.
― ¿Pero cómo lo vamos a hacer? Nosotros no tenemos ni idea. Era tu abuelo el aficionado a estas cosas…
― Mamá― trató de calmarla Miguelón ―él me enseñó  un poco y hay algunos manuales por ahí guardados. No creo que hacerlo con un humano sea muy diferente.

El padre y la hermana no daban crédito a lo que  escuchaban; para ellos hubiera sido más sencillo dar sepultura al abuelo en el pequeño jardín del patio. Si alguien lo echaba de menos, ya se inventarían alguna historia.
 
― Sé que estáis pensando que es una locura ―insistió Miguelón― pero me parece lo más lógico. Lo arreglamos y volvemos a poner al abuelo en su sillón, así nadie lo echará de menos. Cuando nuestra situación mejore, lo enterraremos y  simularemos una desaparición.

Hubo un tremendo silencio cuando todos  se quedaron mirando hacia el sillón  esperando una señal que confirmara que el abuelo daba su aprobación.

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