Echó a correr desesperadamente buscando a su madre. Se
dirigió a la cocina, miró en los dormitorios,
en el cuarto de baño, hasta que por fin la encontró en el patio tendiendo unos trapos.
― Mamá, mamá… ven corriendo. El
abuelo está… creo que no respira.
― ¡Ay Magda, no digas tonterías!
Hace un par de horas que se ha tomado la
merienda: un vaso de leche y cinco galletas ¡ni más ni menos!
― Pero ahora está muy tieso mamá.
He ido a darle un beso y no se ha movido. También su piel… está muy fría.
― ¡Maldita sea! ― dijo la madre tirando
al suelo la camisa que estaba a punto de colgar en la cuerda. ― No puede
morirse todavía. Ahora no, no es el momento.
Madre e hija se dirigieron al
comedor donde el abuelo yacía en su sillón de toda la vida.
― Papá, papá, ahora no. No te puedes
morir todavía ― dijo la madre zarandeando el cuerpo inerte. — Magda, ve a
buscar a tu padre. Está en la esquina hablando con Pepe, el cartero. Tu hermano
se fue a casa de Marta, avísale a él también. ¡Venga, venga deprisa, y no le digas
a nadie lo que ha pasado!
Una vez que estuvieron todos en
la casa, la madre, el padre y los dos hijos. Se sentaron
alrededor de la mesa para resolver la situación en que les dejaba la ausencia
del abuelo.
― ¡Ay papá! ¿Por qué nos has
hecho esto? Nosotros no nos podemos permitir que mueras tan pronto ― soltó la
madre con gran tristeza.
― No te preocupes Pepa― dijo el
padre ― ya se nos ocurrirá algo. Hay una cosa que debe quedar clara: oficialmente
el abuelo no ha muerto. Nadie notará que ya no está entre nosotros, apenas
salía de casa ni para ir al médico; su salud ha sido siempre excelente.
― Pero papá, cuando mis amigas
vienen a casa, siempre lo ven ahí, sentado en su sillón viendo la televisión,
durmiendo o leyendo algún libro de esos que tanto le gustaban.
― Es cierto Miguel― asevera la
madre. ―Y los vecinos, cuando pasan por delante de la ventana del comedor casi
siempre lo saludan con la mano. Están acostumbrados a verlo, aunque solo sea a
través de los cristales. ¡Ay señor, señor, que va a ser de nosotros!― suspira
con enorme angustia.
― No os preocupéis, ya se nos
ocurrirá algo ― vuelve a repetir el padre.
Y entre tanto, el abuelo
continúa sentado en su sillón. De no ser
por la palidez y el color céreo de la
piel, se diría que escucha tranquilamente, hasta casi divertido, lo que se está
hablando en esta habitación. Ya no es solo la tonalidad de su rostro, también
la incipiente rigidez evidencian que la pequeña parcela de vida que se
refugiaba en su cuerpo ha desaparecido para siempre. Mientras la familia sigue discutiendo
acerca de su penosa situación, Miguelón desaparece unos minutos y vuelve con
algo entre sus manos.
― ¿Qué traes ahí?― le pregunta su
madre.
― Es toti, mi ratón, ¿te
acuerdas?
― Pero si murió hace muchos años.
El abuelo quería disecarlo y yo se lo prohibí…― exclamó la madre comprendiendo
que no fue así.
― Creo que tengo la solución,
mamá― le dijo mientras le extendía el cadáver de toti.
― ¿Me estás diciendo que
disequemos al abuelo?
― Si mamá, eso mismo. Lo
dejaremos por algún tiempo en su sillón. Nuestra situación es muy jodida. Papá
en paro, tú ganando una miseria fregando escaleras, y nosotros dos. La paga del
abuelo sigue siendo indispensable y no podemos, por ahora, renunciar a
ella, la necesitamos. Además, el abuelo ha
sido toda su vida muy práctico, él estaría de acuerdo… no hay otra.
― ¿Pero cómo lo vamos a hacer?
Nosotros no tenemos ni idea. Era tu abuelo el aficionado a estas cosas…
― Mamá― trató de calmarla Miguelón
―él me enseñó un poco y hay
algunos manuales por ahí guardados. No creo que hacerlo con un humano sea muy
diferente.
El padre y la hermana no daban crédito
a lo que escuchaban; para ellos hubiera
sido más sencillo dar sepultura al abuelo en el pequeño jardín del patio. Si
alguien lo echaba de menos, ya se inventarían alguna historia.
― Sé que estáis pensando que es
una locura ―insistió Miguelón― pero me parece lo más lógico. Lo arreglamos y volvemos a poner al abuelo en su sillón, así nadie lo echará de menos. Cuando nuestra
situación mejore, lo enterraremos y
simularemos una desaparición.
Hubo un tremendo silencio cuando
todos se quedaron mirando hacia el
sillón esperando una señal que
confirmara que el abuelo daba su aprobación.
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