viernes, 25 de octubre de 2013

Victorio y Lucchino

Autora: Amalia Conde
 
Este verano me han visitado dos primas que viven en Sevilla y han estado una semana en la casa, cuando se dispusieron a irse me fui con ellas.
 
Desde que llegamos empezaron a decir que tenía que adelgazar, que me sobraban diez o doce kilos y que ellas conocían la forma de perder esos kilos sin dejar de comer lo que tuviera por costumbre. Me pareció que me estaban tomando el pelo y les pedí que me explicaran quién era ese fenómeno, que tendría que enterarme de cuánto me costaría y el tiempo que tardaría en conseguirlo. Les ponía muchos inconvenientes porque no me creía que fuera tan fácil como ellas lo veían.
 
Cuando les escuché decir los nombres Victorio y Lucchino me dio la risa porque creía que estaban guaseándose de mí, pero ellas muy en serio me explicaron que con la crisis, el diseño y la costura estaba muy escasa y habían tenido que aprender otro oficio, el de masajistas, y que todas las personas que habían ido estaban muy contentas con los resultados. Al día siguiente fuimos para hablar con los masajistas sobre precios, días y horas, y cuando todo quedó claro pregunté si tendría que ponerme demasiado ligera de ropa para los masajes porque era muy nerviosa y no estaba acostumbrada a empelotarme.
 
Todos se rieron, pero Victorio y también Lucchino me pidieron que los escuchara, y me dieron una explicación bastante clara: Lo primero, que me hiciera cuenta de que estaba delante de dos amigas, eso por una parte, y por otra, que ellos estaban acostumbrados a trabajar para las mujeres y lo único que les interesaba es que el trabajo saliera bien. La respuesta fue tranquilizadora así que quedamos en que el lunes a las diez estaría allí.
 
Cuando llegué me ayudaron a desnudarme, pero con tanta prisa que cuando me quise dar cuenta lo único que no me habían quitado fueron las pinzas del pelo. Empezaron a darme masajes, pero muy distintos a lo que yo conocía por masajes; igual me daban pellizcos que guantazos por todo el cuerpo. Empecé a sudar, ¡o llorar!, porque estaba hecha un lío.
 
Esa noche no pude dormir y por la mañana cuando fui a ducharme me di cuenta que tenía el cuerpo como la Lirio. Me vestí y arreglé la maleta, di las gracias a mis primas “a mi manera”, y me vine a Granada.
 
Al día siguiente por la mañana llamé por teléfono a Victorio y Lucchino para decirles que no me esperaran, que los estaba llamando desde un convento de clausura porque me había metido a monja, ¡que ya rezaría por ellos¡  

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