Cuando
Juan fue consciente de que estaba olvidando el nombre de las cosas más cercanas
tuvo miedo. Para paliar el problema, colocó carteles nominativos a todos los
objetos que le rodeaban. Así, en su casa, que era el ámbito vital en que se
desenvolvía, todo tenía puesto su nombre con una letra primorosa y cuidada.
“Cuadro” junto al cuadro, “pared” en la pared, “mesa” sobre la mesa… Su remedio
le llevó a una inmensa acumulación de cartelitos. De nada sirvió el esfuerzo
cuando olvidó leer.
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