Las elegía
de forma aleatoria e indiscriminada. Agudizaba sus sentidos de predador en
medio de la muchedumbre. Se fijaba en sus proporciones o en su forma de caminar. Cuánto
más tristes y rotas le parecían, sabía que
más interesantes serían y por lo tanto mayor
su reto. Desde pequeño fue instruido como cazador. Tenía una extraordinaria
capacidad y talento para intuir las tragedias ajenas fijándose en los reflejos que
proyectaban las figuras. Rastreaba el dolor y los debacles internos como si fuera un detective de asfalto. Con
solo mirar las siluetas proyectadas podía intuir todos los secretos que las
sombras tenían que contarle y una vez conquistadas,
se apoderaba de ellas sin piedad.
Sin embargo
con aquella chica fue diferente El primer día que se cruzaron en el semáforo
fue inevitable no fijarse en su forma caminar dispuesta y sobre todo en aquella
sonrisa melancólica que tanto le inquietaba. Todos los días hacía continuados esfuerzos
por coincidir con ella a la misma hora exactamente en el mismo lugar. Se despertaba
pendiente del cielo, sabía que los días nublados y de lluvia complicaban
enormemente su trabajo.
Desde el
principio, la sombra de aquella chica se
rebeló esquiva a su mirada y jugaba al despiste cuando trataba de escrutarla. No
era capaz de interrogarla y pudo comprobar que era ella quien controlaba la
cinegética de espectros. De hecho,
cuando pasaba a su lado, era su reflejo quien se giraba para mirarla y le
abandonaba sin la menor compasión burlándose de su ineptitud.
Harto de
hacer tremendos esfuerzos por retener a su sombra, decidió seguir a la chica y al reflejo de ambos. Por un momento se
sintió ridículo acelerando el paso tras aquellas imágenes opacas y alargadas
que parecían tener una complicidad fuera de lo común y vida propia. Veía como charlaban animadamente
y sonreían.
Debía
aceptar que había perdido a su sombra, le había traicionado con aquella rubia
desconocida. Una vez que alcanzó a la chica se dirigió a ella para preguntarle
su nombre. Al ver que no le respondía, vociferó impotente enajenado ante su
indiferencia. Fue consciente entonces de que ahora era él quien se arrastraba
por el mundo de las sombras, había sido
cazado.
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