La felicidad, o lo que se entiende por
felicidad, es algo tan sutil, tan efímero y tan “resbaladizo” que hasta da
miedo hablar de ella; me recuerda al polvo de las alas de mariposa, tan
delicado, que si lo tocas, dejas a esos insectos indefensos, sin poder volar.
La felicidad es algo transitorio, caprichoso, es un espejismo que nos embauca
con promesas y luego nos abandona de la forma más cruel. ¿Quién es capaz de
poseerla y conservarla mucho tiempo? De todas formas, hay personas con más
capacidad que otras para ser felices, seguramente por su carácter alegre,
optimista y animoso, la felicidad se encuentra a gusto dentro de ellas y las
acompaña para concederles su magia.
Si preguntáramos a mucha gente cuántos
momentos de felicidad plena han disfrutado en su vida, las respuestas
serían muy variadas: unos dirían que ninguno; otros que han sido felices a
rachas; pocos, que han experimentado esa felicidad con cierta frecuencia y los
más, que muy fugazmente.
La verdad es que es difícil conseguir una
felicidad duradera; raramente se alcanza ese estado que nos transporta a mundos
de ensoñación; eso sólo sucede en momentos de enajenación como los que se
consiguen en el enamoramiento, con todo lo que eso conlleva de fantasía
e irrealidad; el corazón se agita, el pulso se acelera, los sentidos se
agudizan y la mente se desborda; dos personas se enamoran, y todo se
transforma; la verruguita de la mejilla es ahora un lunar de encanto
irresistible; el perfume denso y vulgar, un aroma embriagador; la charla cansina, música celestial, y la
comidita repetida y monótona, un manjar exquisito. Esta situación no suele
durar mucho tiempo; una vez que la enajenación o enamoramiento sublime ha ido
“disipándose” (hay casos extrañísimos en los que puede durar la vida entera)
todo vuelve a tener las dimensiones reales; en ese momento, hay que procurar
descubrir en el otro los valores que sin duda tiene y que pueden ser muchos;
cualidades ocultas que no tienen por qué estar sobredimensionadas, pero que
pueden ser más que suficientes para que la convivencia sea placentera, casi
feliz.
Si ponemos empeño, solos o en pareja podemos
encontrar ese sucedáneo de la felicidad que nos permita vivir sin sobresaltos,
con serenidad, buscando en lo que tenemos alrededor las mil cosas que merecen
la pena.
Acabo con una anécdota sobre Einstein. En
una entrevista le preguntaron: “¿Es usted feliz?” A lo que él respondió: “No,
ni falta que me hace”.
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