Autora: Rafaela Castro
Siempre fue
celoso de su intimidad, y no era una persona extrovertida, sino más bien reservado. Algunas
personas lo calificaban de ser un poquillo raro. A este individuo llamado
Eliseo, no le iban las cosas mal. Terminó sus estudios de informática y tuvo
suerte, ya que con ayuda de las becas y de sus padres, consiguió terminarlos. No
tardó mucho en encontrar un buen trabajo. Aún no tenía los 30 cuando decidió
casarse con su novia de toda la vida, Juana. Ella no tenía terminados sus
estudios de asistenta social. Al principio, decidieron no tener hijos y así ella podría terminar sus estudios. Como
la mayoría de españoles, se hicieron con un hermoso piso, pero también con una
hermosa hipoteca.
En los inicios, todo iba de
maravilla. Pero llegó esa palabra que la mayoría odiamos, la crisis. En la
empresa de Eliseo hubo un reajuste de personal, y fue uno de los despedidos.
Cuando eran
novios, demostró ser muy posesivo, y por cualquier motivo montaba el numerito. Pero
Juana tenía la esperanza de que con el tiempo se le pasara, pero no fue así. Con
el tiempo la cosa se acrecentó y él se sentía feliz cuando se marchaba a
trabajar y ella se quedaba sola en casa dedicada a los que quehaceres diarios
de la casa y estudiando.
Al llegar los problemas económicos, Juana
le propuso a su marido buscar un trabajillo y alternarlo con los estudios. Eliseo
al principio se opuso, diciendo que el que estaba obligado a llevar un sueldo a
casa era él. Los pagos de teléfono, luz, agua, hipoteca, etc… se amontonaban. Un
día, Juana le comentó a su marido que una de sus amigas le había propuesto que
trabajara con unos ancianos que ella conocía, y estaba segura de que le
pagarían muy bien. Juana le dijo:-”Y aunque te lo estoy contando, me da igual
lo que opines, porque estoy dispuesta a trabajar en lo que sea, así no podemos
seguir”. Él se tragó su orgullo y aceptó. Es lo que tocaba. Al poco tiempo, las cosas iban cambiando, y
todos los pagos se pusieron al día, incluso ahorraban algo.
Un día, un amigo le dijo a
Eliseo:-”No sabes lo que me alegro que os vaya bien, hay cosas que saltan a la
vista. Lo que me extraña es que te hayas vuelto tan permisivo, aquí nos
conocemos todos, y las habladurías no paran con respecto al trabajo de tu
mujer. Dicen que lo de los ancianos, nada de nada.” A lo que Eliseo
respondió:-”La gente es mala y envidiosa. ¿Tú crees que siendo como yo soy, iba
a consentir semejante barbaridad?”. El amigo, asintiendo, contestó:-”Creo que
tienes razón”. Cuando Eliseo se quedó solo, con sarcasmo e ironía, exclamó casi
en voz alta a la vez que sonreía:-”¡La hipoteca hay que pagarla ,al igual que
los demás gastos! Dicen que los celos son una enfermedad, ¡bien, pues a mí, como
por arte de magia, me han desaparecido!
Don Dinero hace milagros.
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