jueves, 20 de diciembre de 2012

El regreso

Autor: Antonio Cobos

Una nueva primavera apuntaba en los árboles y jardines de Basilea. Los fríos días de invierno quedaban atrás, y de nuevo, los habitantes de la ciudad, especialmente los jóvenes, se volvían a sentar al sol en la orilla derecha del Rhin.

Jorge, un español de 29 años, arquitecto, tomaba unas cervezas de despedida con algunos compañeros de trabajo. Se había marchado al extranjero en los años de fuerte crisis en España y había conseguido encontrar un puesto en un estudio suizo de renombre mundial. La experiencia había sido positiva, pero tras varios años de constantes idas y venidas a España, parecía que una buena oportunidad le abría sus puertas en su tierra de origen.

Los primeros años hubo viajes constantes, siempre que podía, para pasar unos días y a veces sólo unas horas con su novia. Después de la boda, los viajes se hicieron más frecuentes, casi semanales. Y ahora, por fin, parecía que esa especie de exilio ocupacional tocaba a su fin.

Al día siguiente, tenía que coger el tren de Basilea a Zurich. En Zurich cogería el avión hasta Madrid y allí cogería el tren hasta su casa, en esa ciudad donde su esposa tenía su puesto de funcionaria. Un día más tarde tendría, temprano, la primera entrevista de trabajo con su nuevo jefe, un arquitecto joven, algunos años mayor que él y que había conseguido una cierta fama en su campo profesional. El puesto era suyo, ya había superado la selección, pero sabía que una buena impresión inicial era fundamental para establecer una relación positiva de cara al futuro. Tendría que cuidar los detalles, sin dejar de comportarse de una manera natural, sin dejar de ser lo que él era.

Por la noche, puso la alarma del despertador del teléfono y terminó de preparar las últimas cosas del equipaje. Con anterioridad ya había ido llevándose libros, ropa y otras pertenencias de su segunda casa, su casa en Basilea, que compartía con otro arquitecto joven australiano, que trabajaba en el estudio.

Se echó en la cama e intentó dormir pero su cerebro no quería o no podía obedecerle. Pasaban por su cabeza los años transcurridos en aquel estudio, sus triunfos y derrotas, los nuevos conocidos, las obras increíbles a las que no hubiera tenido acceso de haberse quedado en España y haber trabajado para sí mismo, los amigos, los lugares, la fatiga de un constante y duro exilio laboral, los aviones, las prisas, …
Su mente se amodorró y se quedo por fin dormido, en aquella su última noche de exilio. Todo estaba preparado, las maletas listas, el anorak colgado en la entrada, la mochila con el ordenador y algunos libros, y todavía abierta para guardar el cepillo de dientes y el pijama. Paul, el australiano, no estaba en casa y un silencio extremo inundaba el interior de la vivienda. Fuera, el silencio era aún más poderoso. El tiempo había cambiado y desde las doce de la noche una copiosa nevada cubría los parques, calles y tejados de la ciudad.

Todo lo embargaba el silencio, excepto aquel bip repetido que emitía el teléfono de Jorge, que le avisaba de que la energía que lo alimentaba estaba tocando a su fin y que nuestro joven arquitecto no oía, sumido en un profundo sopor, tras las horas de insomnio.

Sonó la alarma un instante y se vino abajo la escasa carga que tenía. El teléfono enmudeció del todo. Jorge siguió durmiendo.

Media hora más tarde, como si lo hubieran sacudido, despertó de golpe, con el cuerpo relajado de haber dormido profundamente aunque durante escasas horas. Decidió mirar el teléfono para ver cuanto tiempo restaba para que comenzase a sonar. No tenía luz. ¡No funcionaba! No tenía reloj, con el teléfono y el ordenador sabía siempre en que hora estaba. ‘Encenderé’ el ordenador pensó. ‘No mejor enchufo la tele y veo la hora’. Salió atropelladamente al salón, se golpeó en un pie descalzo, buscó el mando, seleccionó el canal de noticias donde casi siempre ponían la hora. Lo halló. ¡Las seis y treinta y tres! Más de media hora tarde. El autobús del aeropuerto pasaba a las 6:45 pero tenía diez minutos hasta la parada. Tenía que vestirse. Se despojó del pijama, lo hizo un lío y lo metió en la mochila, se vistió en un minuto, renunció al café que había pensado tomarse. Cerró mochila, cogió maletas, descolgó el abrigo, se colgó mochila, se cayó el abrigo, arrastró maletas. Son las 6:36.

Abrió la puerta y salió al rellano, volvió por el abrigo, se quitó la mochila y se lo puso. Volvió a colgarse la mochila y salió a coger una maleta en cada mano. Se dejó la puerta abierta y volvió sobre sus pasos. Tiró de la puerta del piso. Cuando llegó a la puerta de la calle y la abrió, un ‘¡Oh, no!’ salió de sus labios. Al menos había treinta centímetros de nieve. En vez de tirar de las maletas, cogió cada una en una mano y avanzó por la nieve. Son las 6:38.

Decidió correr, pero no podía con tanto peso. Pisó en falso y cayó. Tendrá que ir con cuidado pues la nieve impedía ver las irregularidades del suelo. Son las 6:41.

Cinco minutos más tarde llega a la parada. Son las 6:46. Le parece ver dos pilotos rojos del autobús al final de la calle. ¡Maldita puntualidad suiza! El próximo pasa a las 7:15. Aún tendrá tiempo. El avión sale a las 9:00. El embarque lo cerraran a las 8:30, pero tiene que facturar. Cree que lo podrá hacer hasta las 8:00. El autobús llegará al aeropuerto a las menos diez.

Todo está cerrado. No hay nadie en la calle. El tráfico es muy escaso y el frío se le va metiendo por debajo del abrigo. Llega el autobús por fin. Son las 7:14. Sube las maletas y paga su billete. Comienza a haber más tráfico. Hay algún coche atravesado. Por suerte pueden pasar. Las quitanieves están limpiando las calles y carreteras.

8:49. El autobús llega al aeropuerto. A las 8:50 atraviesa las puertas de entrada. Sale corriendo hacia los mostradores de facturación. Ya sabe cuales son, de otras muchas veces. No hay nadie haciendo cola pero aún hay una azafata atendiendo. Alcanza el mostrador, ¡ ha llegado a tiempo!. ¡Ha sido un milagro!
La azafata mira la hora en su reloj y mira a nuestro joven. Le dice en francés. ‘Ya está cerrado’. Al ver la cara de Jorge le dice: ‘Pero vas a tener suerte, la nieve ha ocasionado un retraso de una hora en la salida’

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