
Me dio miedo
sucumbir a ese encantamiento, pero mi voluntad estaba perturbada. Eran unos
ojos profundos, una mirada honda que me atravesaba como si yo fuera de cristal.
Si seguía mirándome así, no me quedarían fuerzas para resistirme. Él se acercó
sin dejar de mirarme. Cuando estuvo junto a mí alargó su mano buscando la mía.
Yo, como una autómata, se la di y lo seguí colgada de aquella mirada, sin poder
evitarlo.
No hay comentarios:
Publicar un comentario